Por Guillermo Ricca. Dr. en Filosofía
Quien haya visto la película Joker, notable realización de Todd Phillipps, recordará cómo la narración muestra a un personaje padecer una frustración tras otra, una ilusión quebrada tras otra, decepción tras decepción. Hay un personaje aparentemente lateral, interpretado por Robert de Niro—el Joker es interpretado por el genial Joaquin Phoenix—que hace humor televisivo, en esos típicos shows en los que no se distingue muy bien de quién se debe reír el televidente. En general se trata de shows en los que quienes miran la tele ríen de la desgracia ajena, o de la mala fortuna de otres. Ese tipo de humor fue practicado aquí por millones de televidentes de Vídeo Match, durante décadas. El Joker accede a una audición para presentarse en el programa de TV porque supuestamente se trata de un personaje humorístico. Pero, cuando accede al set de televisión, saca un revolver y asesina a balazos al conductor del programa. Y ríe, se dobla de la risa. Mientras en las calles, estalla una revolución de jokers que, literalmente prenden fuego todo a su paso. “Apetito por la destrucción” es el nombre de una vieja canción de The Rolling Stones.
El escenario electoral de la Argentina se asemeja a la dramática del filme de Todd Phillipps. Generaciones de compatriotas excluidos, que han padecido en sus padres y en sí mismos el deterioro de las condiciones económicas y no sólo económicas de sus vidas, se identifican con un Joker de por acá. No quieren que nadie les explique por qué sus vidas están arruinadas, por qué las de sus padres y las de sus vecinos y la de los vecinos de sus vecinos, también están arruinadas. Quieren que el resto de la sociedad, el parque humano incluido en el lote de los derechos, experimente algo de esa ruina. Que también nos toque. Tener derechos laborales o de lo que fuere en una sociedad donde uno de cada tres niños o niñas es pobre, como supo decir Sartre cuando le dieron el Nobel de literatura, “no tiene peso”. Y es poco.
Veo multiplicarse las explicaciones super sesudas acerca de por qué pasa esto que pasa. En los lejanos años ochenta, un intelectual lúcido, con el coraje suficiente como para pensar desde la derrota y no renunciar a una política emancipatoria y democrática, advirtió sobre los riesgos de un régimen democrático meramente formalista, de derecho, en el sentido más nominal de esa palabra. Una democracia sin democracia social era, para el intelectual cordobés, una forma de “soñar con los ojos abiertos y soportar con rabia lo que existe”. Parece que el presente aciago, marca el agotamiento de ese soportar y tal vez, el estallido de una rabia, invisibilizada por décadas. Millones de Jokers están yendo a las urnas.