Por Guillermo Ricca. Dr. en Filosofía.

En un escrito en épocas de la segunda guerra mundial, Alexandré Koyré, un filósofo francés, se ocupó de pensar el lugar que la mentira ocupa en la política. Koyré invita que pensemos un escenario en el que la guerra no es un episodio o una excepción sino un estado permanente, normal. Antes que Koyré, ya Von Klausewitz había dicho que la política era la continuidad de la guerra por otros medios y Carl Schmitt, también había sentenciado que la política se hace desde la lógica amigo/enemigo. No el amigo particular o el enemigo privado, sino el hostis público, aquél que funciona como amenaza pública a los intereses de un grupo. ¿Qué sucede en un mundo así?

Evidentemente en un mundo que no está hecho en base a relaciones armoniosas, mentir no sólo está tolerado, sino que se impone como regla: a los otros, a los enemigos, les miento, a los propios les digo la verdad. Ahora bien, Koyré llama la atención sobre la modalidad que adquiere esta guerra de mentiras entre adversarios que, por otra parte, guardan secretos en sus grupos. Mienten a los otros, pero se dicen la verdad entre ellos. La regla es: Non servatur fides infidelibus: aquello en lo que creemos no es para los infieles a la causa.

Veamos el ejemplo que menciona en su escrito de 1943:

Es verdad que Hitler (como los otros caudillos de estados totalitarios), anunció todo su programa de acción públicamente. Pero, precisamente porque sabía que no sería creído por los «otros», que sus declaraciones no serían tomadas en serio por los no iniciados, precisamente así, diciéndoles la verdad, estaba seguro de engañar y adormecer a sus adversarios. Sería, pues, ésta una vieja técnica maquiavélica de la mentira en segundo grado, técnica perversa por antonomasia, y en la que la verdad misma se convierte en puro y simple instrumento de engaño. Parece claro que la tal «verdad» no tiene nada que ver con la verdad. Son conspiraciones a la luz del día. Es como aquello que dice Lacan a propósito de La carta robada, el cuento de Edgard Allan Poe: en el cuento alguien ha robado una carta y la ha escondido, se supone, en alguna parte de la casa, entonces quienes buscan la carta, prácticamente desmantelan la casa, desarman los muebles…pero la carta está escondida a la vista de todos, sobre la chimenea. Conclusión ¿cuál es la manera más eficaz de esconder una carta? Esconderla a la vista de todos.

El discurso de las ultraderechas, hoy, funciona igual: te dicen a plena luz del día lo que van a hacer: en el Llao Llao, en las jornadas de Clarín en el Malba, donde Melconian dijo “ojo con los derechos adquiridos”, es decir, ojo con respetar los derechos adquiridos…o Milei que acaba de decirle a Grabois que los pobres tienen derecho a morir de hambre o a vender sus órganos…No están mintiendo, están diciendo la verdad de lo que van a hacer, pero mienten acerca de porqué harán lo que harán. No es para mejorar la vida de quienes creen en ellos y les siguen, sino para beneficio de sus patrones, de los poderes que los reclutan al servicio de sus intereses secretos. Llámese embajada de Estados Unidos, llámense operadores de capitales, Bancos, grupos exportadores, evasores, fugadores de dólares y demás seres nefastos que vienen saqueando a este país desde que tiene nombre.  Se trata de una conspiración a la luz del día: si no corresponde a una sociedad secreta, es al menos propia de una sociedad con secreto. Los neofascismos no son sino conspiraciones, resultantes del odio, el miedo, la envidia, nutridas por un deseo de venganza, de dominación, de rapto; confabulaciones dirigidas a demonizar a un sector social y volverlo chivo expiatorio de todos los males. Hitler lo hizo con los judíos: las ultraderechas de hoy lo hacen con los pobres, los “negros”, las mujeres y con todo lo que huela a común, a público, a no apropiable.