Las cifras que publicó hoy el INDEC sobre la pobreza en el país muestran una mejora que es, principalmente, eco de la fuerte recuperación de la actividad. Sin embargo, aún no se alcanzaron los niveles de pobreza previos a la pandemia y estamos lejos de haber resuelto los problemas estructurales para reducir su incidencia de forma sostenida.
Seguramente, durante nuestra infancia –y de más grandes, por qué no, también– muchos y muchas hemos intentado hacer “sapito” con una piedra en un arroyo. Como sabemos, la idea es lanzarla de una forma tal que rebote en la superficie del agua varias veces e, idealmente, llegue hasta la otra orilla. Mucha gente cree que los factores más importantes para que esto ocurra son la forma de la piedra y la velocidad a la que viaja cuando, en realidad, factores como el ángulo de choque respecto a la superficie, el giro y la posición de la piedra al momento de impactar son aún más importantes. Partiendo de esta analogía vale preguntarse si, al momento de pensar acciones que pretenden reducir la pobreza, estamos considerando todos los factores posibles y con la prioridad que corresponde.
En el segundo semestre de 2021, la pobreza alcanzó al 37,3% de la población, una reducción de 4,7 puntos porcentuales en la comparación interanual, pero aún superior a las cifras anteriores al inicio de la pandemia, en 1,8 puntos porcentuales. A su vez, la pobreza infantil se mantuvo elevada: en el segundo semestre del 2020, el 57,7% de niños y niñas menores de 15 años se encontraba en situación de pobreza, mientras que en el mismo semestre de 2021 esta cifra fue de 51,4%. Es decir: a pesar de la mejora, más de la mitad sigue sin poder alcanzar una canasta básica de bienes y servicios.
Además, el panorama al inicio de 2022 es poco auspicioso. El incremento en la tasa de pobreza (medida por ingresos) tiende a suceder por dos razones principales: una pérdida del poder adquisitivo de los hogares (por ejemplo, por la inflación) o una pérdida absoluta de ingresos laborales que deriva de una caída en el empleo. En este sentido, si bien el nivel de empleo registró una recuperación significativa, la reciente aceleración en el aumento generalizado de los precios –particularmente en alimentos– lleva a que, muy probablemente, muchas personas no logren salir de la pobreza a pesar de tener un trabajo.
Por otra parte, al margen de las dificultades macroeconómicas que obstaculizan una reducción de la pobreza, existen problemas estructurales que impiden un avance en esta materia. Al ser un fenómeno multidimensional, la pobreza implica vulneraciones en varias dimensiones en las que se incluyen el acceso a servicios de cuidado, salud, educación y hábitat, entre otros. Estas vulneraciones, que empeoraron con la pandemia, interactúan entre sí, se refuerzan y potencian la reproducción intergeneracional de la pobreza.
¿Cómo salir de este escenario empantanado?
Los esfuerzos por reducir la pobreza en Argentina, desde hace una gran cantidad de años, se topan con dificultades enquistadas que no permiten lograr un progreso en forma sostenida. Ordenar la macroeconomía y volver a crecer son imperativos urgentes y condiciones necesarias para pensar un escenario realista de salida de la pobreza. Un mejor contexto macroeconómico podría resultar en índices de pobreza similares a los observados previo a la pandemia. Sin embargo, no hay indicios que permitan vislumbrar que una mejora macroeconómica pueda redundar por sí sola en una solución de fondo. En los últimos 30 años, aun con períodos de crecimiento económico notorio y un aumento del poder adquisitivo de los hogares, la pobreza no logró bajar del 25% de la población.
Las políticas de protección social con transferencias de ingresos, como la Asignación Universal por Hijo, los programas de empleo y otras similares fueron y continúan siendo fundamentales para proteger a la población más vulnerable de los peores impactos de la pobreza. No obstante, estas acciones no alcanzan para reducir la pobreza en el mediano plazo. Otros factores importantes incluyen a las mejoras necesarias en cuidados y educación, el desarrollo de una estrategia más efectiva para facilitar la transición del sistema educativo al empleo y un avance en términos de hábitat. A pesar de que existe un consenso sobre la relevancia de estos factores, los avances han sido más lentos de lo deseable.
Retomando la analogía inicial, tal vez sea necesario repensar la estrategia implementada cambiando el ángulo de mirada, afinando la búsqueda para aprovechar distintos elementos relevantes de modo de romper con la reproducción de la pobreza. La demografía, por ejemplo, es uno de los factores que no suele recibir mucha atención a la hora de abordar la problemática de la pobreza. Sin embargo, en esta dimensión sí pueden observarse mejoras de magnitud significativa que se acentuaron en los últimos años. En otras palabras, hay buenas noticias en el ámbito demográfico que abren nuevas ventanas de oportunidad para potenciar círculos virtuosos.
Uno de los principales determinantes de la pobreza estructural son los embarazos no intencionales en la adolescencia, ya que tienen un impacto directo en la reproducción intergeneracional de la pobreza. Entre 2014 y 2020, la tasa de fecundidad bajó un 55% en las mujeres menores de 20 años. Teniendo en cuenta que la mayoría de los embarazos en edades tempranas no son intencionales, esta caída no solo da cuenta de un logro significativo en términos de acceso a derechos sexuales y reproductivos, sino que también potencia las posibilidades de mejorar las trayectorias educativas y laborales de las jóvenes. Esta disminución en la fecundidad adolescente parece haber sido resultado de cambios de preferencias de la población, sumados a una política activa del Estado, a nivel nacional y provincial, de provisión de variados métodos anticonceptivos (por ejemplo, de larga duración) y mejor acceso a servicios de salud e información sobre educación sexual integral.
Trabajar en el desarrollo de las asignaturas pendientes y tomar a tiempo las oportunidades de la transición demográfica que atravesamos hoy permitiría lograr cambios significativos en el mediano y largo plazo. Pensar en políticas públicas que busquen abordar la pobreza en forma integral y multidimensional es la alternativa ineludible para alcanzar “el otro lado de la orilla”, teniendo cada vez menos personas en situación de pobreza y así, dentro de 30 años, poder decir que no caímos, una vez más, en la misma discusión.
Fuente: Informes Sectoriales de www.elclubdenegocios.com