Por Gustavo Román. Director de La Ribera Multimedio
El intento de asesinato de la Vice Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, es un límite que como sociedad no podemos justificar, asimilar, naturalizar ni disimular. Nada justifica que lleguemos a ese límite extremo de intolerancia y violencia.
No hay lugar a debates falsos, a posturas institucionales débiles ni a camuflar con discursos banales tremendo acto. La dirigencia política en su conjunto debería haber repudiado el hecho y al mismo tiempo, demostrarle con un gesto de defensa de la democracia, que a pesar de las diferencias profundas desde lo ideológico, lo sucedido merece rechazo y repudio.
Como eso no sucedió con la contundencia que requiere una acción tan grave, lo único que nos queda como medio es reclamarle a la dirigencia política que recupere la cordura, la condición de dirigencia responsable y le ponga un límite a esta violencia que genera peligro de vida para todos.
El disenso y el debate son sanos y necesarios a la hora de exponer posiciones y miradas sobre la política. Incluso con posiciones que requieran firmeza. Pero eso confundido con agravios, descalificaciones y violencia, no hacen más que abonar la teoría de la anarquía social.
Estamos transitando un tiempo muy peligroso. Los periodistas ejercen la violencia en su gran mayoría, ya no ejercen la profesión con una mirada independiente. Ahora militan proyectos políticos y han perdido la forma y el respeto para ejercer la profesión. Salvo honrosas excepciones, nos encontramos en un escenario que abona el desencuentro, cuenta medias verdades o elige la mentira como eje comunicacional.
Y en el mismo sentido vemos a la dirigencia política. Parece que nadie le pone paños fríos a una situación a la que ellos mismos nos llevaron. Unos y otros. Todos son responsables de lo que nos sucede. No hay buenos y malos en esta historia.

Cada quien en su momento, tuvo posiciones de intolerancia. Si hacemos un repaso, debemos reconocer que estamos en medio de un proceso que requiere que retomemos el sentido común, volvamos al diálogo y a la responsabilidad institucional. Solo así saldremos de este momento que podría traer jornadas de mayor peligro, si no detenemos esta marcha alocada hacia el abismo político, social e institucional.
Lo que sucedió hace un puñado de horas no fue una anécdota, fue un atentado. Un límite extremo. Y no alcanza con repudiar por redes sociales. Exige reflexión, cordura y equilibrio en nuestros dirigentes. Uno no puede creer que los límites a los que llegamos nos permiten naturalizar episodios de estas características.
Nosotros tenemos una responsabilidad como medio, una mirada y una forma de trabajo. Esa línea de pensamiento nos impone que reflexionemos sobre lo sucedido con profundidad. No estamos contando una noticia más. Somos contemporáneos de una barbarie que no terminó en tragedia por acción y gracia de la buena suerte.
No vamos a hacer como que no sucedió o quedó en una anécdota. Pudimos haber atravesado un punto de inflexión que desatara el peor de los escenarios como país. Estamos en la cornisa de un precipicio que nos lleva a un abismo, y seguimos haciendo caso omiso a esa realidad.
Si no encontramos en nuestra dirigencia política e institucional los anticuerpos para frenar esta escalada de violencia y desencuentros, estaremos en verdadero peligro como sociedad. Y si el periodismo sigue jugando con fuego, bastardeando el ejercicio de la profesión y ejerciéndolo con absoluta irresponsabilidad, solo será protagonista repudiable de un proceso de decadencia en el que no queremos ser referenciados.
Fijamos una posición concreta. Llamamos a la reflexión, a la madurez cívica y a la responsabilidad profesional a todos. Dirigentes, militantes, comunicadores e instituciones en general. Estamos jugando con fuego a sabiendas, corriendo un riesgo institucional y manipulando a nuestra democracia sin respeto.
Todos somos responsables de este momento.