El tiempo es una cualidad de nuestra existencia, una condición de nuestras acciones, un recurso que asignamos a nuestros proyectos. Si bien suele ser un bien preciado para decidir el curso de ciertas decisiones, también responde a determinaciones ajenas a nuestra voluntad.
La sociedad que habitamos sostiene –e impone- valores al tiempo para la concreciĂłn de determinados logros a travĂ©s de la cultura. Las tradiciones familiares y las instituciones que nos atraviesan forjan expectativas que se deben alcanzar en tiempos determinados. La existencia se convierte en una secuencia de acciones cuyo cumplimiento en tiempo y forma nos asegurarĂa la gloria del reconocimiento social y con ello la satisfacciĂłn de haber logrado lo que se espera de nosotros.
Pero el deseo, matriz estructural del querer existir, no siempre es conveniente con los tiempos ajenos y con la lĂłgica del deber que nos imponen las normas sociales. Se tensiona allĂ ese deber ser en los tiempos esperables por la fuerza imperativa del deseo y sus a temporalidades.
Los ritmos propios no siempre se acompasan a los tiempos sociales, a los tiempos institucionales y en esa falta de sincronĂa emerge la angustia como señal primera de un modo de existir propio que interpela la cultura y sus adecuaciones.
ÂżDebemos claudicar ante los tiempos que nos imponen las buenas costumbres y desoĂr los ritmos que marca el propio deseo? ÂżAjustarnos al tiempo adecuado para decir tal cosa, callar tal otra, hacer esto o no hacer esto otro es la Ăşnica alternativa posible de existencia?ÂżDĂłnde queda situada nuestra singularidad cuando no se amolda a las expectativas sociales?
Si nuestra existencia está determinada por tiempos que son vividos como ajenos será el deseo y sus resonancias un buen punto de partida para re-pensar la responsabilidad de existir.
Acompasarnos al ritmo del deseo y responsabilizarnos de sus demandas puede liberarnos de la angustiosa espera y de la alienante adaptaciĂłn al tiempo del otro.
Guiar nuestras acciones en los tiempos que nos demanda nuestra mismidad nos conducirá a resolver aquello que deba ser resuelto en el momento en que podamos y necesitemos hacerlo. SĂłlo en el reconocimiento de nuestra dimensiĂłn deseante podremos hallar una vĂa para trascender la amargura de existir bajo tiempos ajenos.