Por Stefanía Leivas. Comunicadora Social.
Las estadísticas indican que en Argentina la tasa de suicidios es de 6,2 por cada 100.000 habitantes y es la segunda causa de muerte de las chicas y chicos argentinos que tienen entre 10 y 19 años. Estudios contabilizan que cada dos horas, en nuestro país, una persona se quita la vida. Los números son realmente escalofriantes.
Según el Ministerio de salud, “Sería erróneo entender al suicidio como una entidad psicopatológica en sí misma, o como un acto que sucede únicamente en el marco de algún padecimiento mental severo. Por el contrario, al ser un fenómeno multicausal, está atravesado por distintos factores interrelacionados de orden personal, comunitario y social, ya sea biológicos, psicológicos, socio-culturales, entre otros”.
Esto quiere decir que no siempre el suicida tiene una enfermedad mental o un trastorno. Es mucho más profundo que eso. El suicidio tiene un trasfondo social y estructural muy complejo. Esto, sumado a la maraña de mitos y tabúes que rondan alrededor del tema, lo vuelven invisible e indescifrable ante los ojos de la sociedad.
“La estigmatización, sobre todo la que se crea en torno a los trastornos mentales y el suicidio, disuade de buscar ayuda a muchas personas que piensan en quitarse la vida o tratan de hacerlo y que, por lo tanto, no reciben la ayuda que necesitan” afirma la OMS.
Por supuesto que las políticas públicas deberían dar respuesta y no lo hacen; y que fallan los sistemas de prevención- fundamentales en esta problemática- pero aquí cobra valor lo que desde nuestro espacio podemos hacer por el otro.
El suicida no es un bueno ni malo, tampoco comete un delito: el suicida es una persona que sufre. Lo que nos lleva a pensar ¿Qué hacemos ante el dolor del otro? ¿Somos capaces de escuchar y responder ante los pedidos de ayuda? ¿Por qué nos cuesta tanto hablar de suicidio?
Hay problemáticas, que aunque no nos toquen, son tan duras que nos dejan pasmados. Hay tanto miedo y silencio alrededor del tema que lo vuelve silencioso y oscuro; casi inteligible. Lo que debemos saber es que el simple hecho de hablar del suicidio nos permite entender, actuar y especialmente habilitar a la persona que sufre y lo ve como la única salida, a expresarse y pedir ayuda.
Hablar de suicidio puede salvar vidas. Es momento de dejar de tratar al suicido como un tabú. Es momento de creer firmemente que una mirada profunda sobre ese ser querido que está “raro”, que una escucha amorosa hacia ese adolescente que “se encierra”, la compañía a quien atraviesa un momento difícil, puede salvarlo. La ayuda profesional es fundamental y el entorno es una pieza clave en acercarle esa asistencia a quien lucha cada día con sus deseos de muerte.