Por Laura Olocco. Comunicadora Social
El síndrome de Burnout, en términos generales, es conocido en el campo de la salud mental como un estado psicológico y emocional que afecta a los trabajadores (Freudenberger, H., 1974), y que surge debido a la frustración y el estrés prolongados y no resueltos en el lugar de trabajo, puede afectar el funcionamiento personal, ocupacional y social, así como las relaciones y desempeño laboral del afectado.
El burnout parental se define como un síndrome de estrés crónico que resulta cuando las demandas por el cuidado de los hijos exceden los recursos con los que cuentan los mapadres. Se caracteriza por un cansancio excesivo, y por no contar, por las circunstancias que sean, con una red de apoyo y contención.
“Hace más de una hora que intento dormirla, esto es una pesadilla. Me duele tanto la espalda. Nunca voy a recuperarme de estos años de poner el cuerpo. Me veo más vieja de lo que soy. Dicen que con el tiempo te recuperás. Le voy a cantar otra vez. Estoy cansada. Quiero que se duerma ya. Respiro profundamente, no puedo transmitirle algo que no siento: tengo que entrar en calma. Hace cinco, siete, nueve días que tiene mocos. No se va a dormir nunca. Quiero llorar. Lloro. La miro y me mira. Se ríe. Me río.”, cuenta Agostina Tonelli en su libro “Aquí recogí todas mis partes”.
Estamos quemadas, con posible estrés crónico, con alta probabilidad de desarrollar problemas de salud física y mental, con la necesidad de demostrar que podemos ser una súper mamá, con la indelegable tarea de criar y formar a las generaciones del futuro con amor, libertad, resiliencia, fortaleza de espíritu, adaptabilidad al cambio, y mucho más.
No son nuestros hijos, es el sistema. No nos cansan los hijos, pero el sistema de crianza es agotador. No son ellos los que nos hacen perder la paciencia, pero están allí cuando pasa y por eso nos confundimos. Explotamos, lloramos y después nos definimos como «mala madre»;. Ya está. Fallamos. Pero no. Nuestros hijos no nos hartan, porque si no, no los mimaríamos, no les tomaríamos miles de fotos o los veríamos dormir fascinados por su ternura. No. No son ellos… y tampoco nosotros.
Lo que nos cansa es la falta de apoyo, la soledad y la falta de realismo de un sistema de crianza patriarcal y autoritario que está lleno de expectativas, pero que deja mucho que desear en cuanto a las herramientas y a la asistencia.
“Odio la maternidad. Cierra sus ojos. Me duelen las tetas. Qué chiquita es, tan vulnerable. La amo. La apoyo en su cama, despierta. Me rindo, me quedo mirando un punto fijo con los ojos bien abiertos en la oscuridad. Pienso que si alguien me mirara desde afuera creería que estoy loca. Upa otra vez. Ahora sí por favor dormite. Se duerme. Camino como si estuviera siendo arrastrada, a paso lento y a oscuras. Pienso en todo lo hermoso que le trae a mis días. Qué egoísta es el ser humanx. Tengo que quejarme menos. La apoyo en su cama. Me preparo un té”, palabras que me resonaron de Agostina Tonelli.