Por Guillermo Ricca. Dr. en Filosofía. 

Estamos viviendo un fin, el fin de un mundo. Ese fin es difuso, pero ya se cargó unas cuantas instituciones centenarias: la familia tradicional, la política igualitaria, la autoridad del conocimiento, las humanidades, el concepto de desarrollo como motor de la dignidad de los pueblos. En la misma medida, el desplome de las humanidades arrastra como la piel al cuerpo la valoración de la democracia que no parece educar, tampoco dar de comer, al menos no dar de comer a las mayorías y que tampoco parece edificar una vida mejor para millones de seres humanos defraudados. La lista podría seguir.

Spinoza, en el lejano siglo XVII supo ver el lugar inmenso que ocupa la imaginación en la vida de los seres humanos. Más que animales racionales, somo animales que imaginan: que se cuentan historias, cuentitos. Esto es inevitable porque en la refriega de los cuerpos y de las palabras percibimos de los otros lo que imaginamos de ellos. Claro que el proceso de producción de imágenes puede ser reclutado, puede ser causado—de hecho, para Spinoza no haya nada que no sea causado.

Quien controla el reclutamiento de los modos de percibir, de imaginar y de sentir, controla un motor fundamental de la política. En este sentido, puede decirse, con Lacan que un Gran Otro recluta los deseos y los goces de inmensas cantidades de gente. También sus frustraciones y sus odios. Controlar ese flujo es el auténtico poder soberano. Todos los imaginarios que listamos en el primer párrafo han sido producidos por un Gran Otro, un Aparato Ideológico o como quiera que se llame. En Argentina ese Gran Otro se llama Clarín.

Schopenhauer dice por ahí que el humor consiste en poner algo donde no se espera que esté. Podríamos aplicar esta teoría al mal chiste de una Corte Suprema, primero nombrada a dedo y sostenida con operaciones mediáticas y judiciales contra todo aquello que se oponga al sentido común creado y multiplicado por las miles y miles de bocinas parlantes del gran diario argentino. Una corte al servicio de intereses inconfesables, como buena parte del poder judicial, el menos democratizado de los poderos del Estado. Podría decirse que los cuarenta años de democracia fueron un mal chiste de Clarín: desde el sostenimiento de la convertibilidad, pasando por la pesificación asimétrica de sus propias deudas hasta el encubrimiento de los asesinatos de Kostecki y Santillán y claro, la lista aquí también podría seguir (Incluir Iron Mountain). Sí: el Gran Otro tiene unos cuantos muertos en el placard.

El sentido común puede ser la expresión de la inteligencia de un pueblo o de su estupidez promovida como virtud. Culpar a los dirigentes del enorme fracaso de la política argentina para mejorar la vida de las mayorías no es más que desviar la atención para no ocuparse ¿De qué? De disponer las cosas de tal manera que, en el ámbito en que usted esté, una verdad pueda tener lugar y agujerear un poco el sentido común perverso que nos trajo hasta acá.

Elegir otras formas y fuentes de información, juntarse con quienes pueden aportar algo de claridad a este Cambalache, escuchar otras voces y no creer de antemano en la demonización que el Gran Otro sentencia sobre esas voces: suspenderla y escuchar, escucharnos. No aceptar pasivamente el martilleo constante de la basura dominante de la industria de los imaginarios (no, de la información). Quizás, esa resistencia, cotidiana, constante, hecha no sin angustia, nos saque de la sensación de que todo fue y será una porquería.