Por Florencia Guttlein. Comunicadora Social.
Estamos atravesando un momento bisagra en la historia de la humanidad. La inteligencia artificial, los robots autónomos y la realidad virtual ya no son parte de una película de ciencia ficción, sino tecnologías que están comenzando a transformar silenciosamente nuestras rutinas, trabajos y relaciones.
A mediano plazo, veremos robots no solo en fábricas o laboratorios, sino también en hogares, hospitales y escuelas, desempeñando tareas que van desde el cuidado de personas mayores hasta la asistencia educativa. Paralelamente, la realidad virtual se consolidará como una herramienta clave en sectores como la medicina, la arquitectura y la formación profesional, permitiendo simular escenarios complejos y reducir riesgos.
Sin embargo, este avance no está exento de dilemas. ¿Qué lugar ocupará el ser humano en un mundo donde las máquinas pueden aprender, adaptarse y, en ciertos casos, superar nuestras capacidades? ¿Cómo nos afectará emocional y socialmente interactuar con entornos virtuales más reales que la propia realidad?.
Más que temer al futuro, debemos prepararnos para él. El desafío no es tecnológico, sino ético, educativo y cultural. Necesitamos una sociedad que sepa usar estas herramientas sin perder de vista el valor de lo humano. Porque aunque las máquinas sean cada vez más inteligentes, la sensibilidad, la creatividad y la empatía seguirán siendo cualidades irremplazables.