Por Sandra Choroszczucha. Politóloga y Profesora de la Universidad de Buenos Aires
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Tras la VII cumbre de la CELAC, celebrada hace apenas días en la Ciudad de Buenos Aires, muchos argentinos quedaron cautivados ante la figura del presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, quien simplemente destacaba el valor que representa la pluralidad de las diversas naciones en una comunidad de estados latinoamericanos y caribeños, mientras manifestaba la incomodidad en dicha cumbre frente a la presencia de naciones que no representan gobiernos democráticos en la región. Aunque la declaración de la cumbre contempla el “compromiso con la democracia, la promoción, protección y respeto de los derechos humanos, la cooperación internacional, el Estado de derecho y el multilateralismo” el presidente uruguayo, Lacalle Pou destacó “hay países acá que no respetan la democracia, los derechos humanos ni las instituciones, no tengamos una visión hemipléjica según afinidad ideológica”. Y prosiguió el mandatario uruguayo manifestando que en la variedad está la fuerza de esta organización pero que “no puede haber aquí un club de amigos ideológicos”.

En esta cumbre se esperaban 33 mandatarios, y entre éstos fueron invitados por el presidente argentino, Alberto Fernández, los tres dictadores que presiden Cuba, Nicaragua y Venezuela. En los tres países se practican sistemáticamente torturas, detenciones forzosas, asesinatos, ataques a opositores políticos, censuras a los medios de comunicación que no responden al régimen autoritario, ataques a periodistas y docentes que no coinciden con las ideas del régimen, intervención en la justicia, en el poder legislativo, mientras prolifera en las altas esferas del poder político de las tres naciones, una trama de corrupción que revela la presencia de dirigentes políticos ricos y una sociedad extremadamente pobre que vive no solo reprimida sino en una miseria tan insoportable de soportar, que millones de ciudadanos deciden escaparse a otras naciones del mundo.

De los tres dictadores mandatarios invitados por el gobierno argentino, asistió a la cumbre solamente el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, mientras que los gobiernos nicaragüense y venezolano se hicieron presentes a través de sus respectivos cancilleres, Denis Moncada por Nicaragua e Yvan Gil por Venezuela. Así, el presidente de Nicaragua Daniel Ortega no concurrió y tampoco lo hizo el presidente venezolano Nicolás Maduro, quien fue especialmente invitado por el presidente Alberto Fernández. Maduro agradeció la «cordial invitación del presidente argentino”, quien en una entrevista para el diario brasileño Folha de Sao Paulo destacó que Maduro estaba «más que invitado».

Sin embargo, Maduro decidió no concurrir frente a la amenaza de poder ser arrestado, ya que pesa sobre el mandatario venezolano un pedido de captura por su participación en el “Cártel de los Soles”. Se celebró en las calles, en los medios y en las redes sociales que Maduro no vino a la Argentina, e incluso se destacó como la pre candidata para presidenta del PRO, Patricia Bullrich, quien fue ministra de seguridad y guarda estrechas relaciones con organismos como la DEA, tuvo una participación proactiva en el impedimento del arribo de Maduro a la Argentina. Patricia Bullrich manifestaba días atrás “… voy a hacer una presentación a la DEA, porque hay un pedido de captura a Maduro por la participación en el Cártel de los Soles”.

Y el presidente de Venezuela finalmente no vino. Me cuesta comprender por qué tanto festejo, porque estuvo muy bien que no venga el dictador Maduro a la Argentina, pero no estuvo nada bien que igualmente venga su canciller, quien desde 2013 se encuentra trabajando en diversas funciones en el gobierno autoritario venezolano y en febrero de 2022, ya como canciller del país bolivariano recibió una condecoración otorgada por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia, en el marco de su labor desarrollada para el fortalecimiento de los contactos entre Rusia y Venezuela. Así, aunque no haya arribado Maduro a la Argentina asistieron al foro de la CELAC, representantes de tres naciones que son dictaduras. No había mucho para celebrar, y entiendo que Patricia Bullrich en modo campaña está arrasando, mientras la Venezuela
autoritaria estuvo fielmente representada en nuestro país.

Recapitulando, muchos argentinos quedaron subyugados frentes a las palabras del presidente uruguayo, que destacaba la presencia del pluralismo y que repudiaba la falta de democracia. El 1 de enero asumió el reciente electo presidente de Brasil, Lula da Silva, y Lacalle Pou viajó al acto de asunción junto a Julio María Sanguinetti, ex presidente y militante histórico del Partido Colorado en Uruguay y José Mujica, ex presidente y militante histórico del opositor Partido Frente Amplio. Pudimos ver a dos ex presidentes y al actual presidente uruguayos que representan a tres partidos diferentes, viajar juntos para felicitar al nuevo presidente brasileño, y no pudimos ver al presidente saliente brasileño, Jair Bolsonaro que debía entregarle la banda presidencial al nuevo presidente de Brasil. Cualquier parecido con Argentina 2015 no es pura coincidencia, Cristina no es Lula.

Tantas veces escucho amigos, colegas, docentes, periodistas que se preguntan ¿por qué no podemos tener un presidente como Luis Lacalle Pou? Y creo sentirme lo suficientemente capacitada para poder responder a esta pregunta. Argentina no puede tener un presidente como Luis Lacalle Pou porque un montón de argentinos se embelesan ante un dirigente libertario, Javier Milei, que presume con orgullo haber reventado a piñas hasta destrozar un muñeco con la cara del ex presidente radical Raúl Alfonsín, un libertario que manifestó querer “pisar como una cucaracha desde una silla de ruedas” a un dirigente del PRO y que ha agredido verbalmente con extrema violencia a la dirigencia del radicalismo y de la Coalición Cívica, un libertario que nos contó que si llega a la presidenta promoverá un gobierno tan pero tan liberal que permitirá la libre compra y venta de órganos y de niños. También respondería que no podemos tener un presidente como Luis Lacalle Pou porque un montón de argentinos simpatizaban muchísimo con Daniel Scioli, el ex gobernador de la PBA que tuvo una gestión deplorable y plagada de irregularidades y corrupción durante ocho años consecutivos (y casi gana la elección en 2015). Y respondería también que un montón de argentinos votaron en 2015 a Mauricio Macri, un presidente que nos prometió una lluvia de inversiones que nunca llegó mientras nos empobreció, nos endeudó más y cuando comenzó la pandemia se fue de viaje a disfrutar con su familia, en lugar de colaborar con una Argentina que estaba atravesando una crisis sanitaria nunca antes vista, además de que estuvo y está involucrado en actos de corrupción. Y respondería también que un montón de argentinos eligieron hace algunos años, y dos veces consecutivas, a una presidenta que defraudó tanto al Estado que terminó siendo condenada a 6 años de prisión, mientras manifestaba un estilo de gobierno autoritario y un claro alineamiento con las dictaduras del mundo desde el minuto cero.

Millones de argentinos votaron a Cristina Fernández de Kirchner presidenta, y volvieron a votarla como vicepresidenta en 2019 aunque ésta se volvía más y más rica sin que entendiéramos cómo y por qué.

Por eso, la pregunta de tantos argentinos se responde sola: no tenemos un presidente que respete los valores republicanos, que respete las diferencias y que no robe, porque elegimos a personajes que son intolerantes, violentos, corruptos, elegimos o posicionamos en primeros lugares a personajes que apoyaron, todos (Cristina Fernández de Kirchner, Mauricio Macri, Javier Milei, Rodríguez Larreta y muchos más) a un presidente que en los años ´90 nos sucumbió en la desindustrialización, el desempleo y el aumento de la pobreza mientras daba los primeros pasos y excelsas lecciones de como robar y robar dinero público.

Los ciudadanos podemos equivocarnos y arrepentirnos en una elección, por supuesto que sí, pero cuando se elige y se vuelve a elegir y se vuelve a elegir la intolerancia, la mentira, la corrupción y el atropello a las instituciones, es señal de que no queremos que nos gobierne un presidente que valore el pluralismo y que repudie el autoritarismo y la corrupción de Estado.