Por Stefanía Leivas. Comunicadora Social.
Soy de las que dije “cuando tenga hijos no usarán pantalla”. También soy de las que un día en que el cansancio me ganó, abrí en YouTube un video de “La Granja” y le di el celular a la criatura para poder comer y seguir trabajando. En medio de la culpa que me persigue cada día mientras crío, me pongo a reflexionar y tomo dimensión de lo difícil que resulta separar a nuestros niños de los dispositivos.
La Organización Mundial de la Salud recomienda que los niños menores de 2 años no estén expuestos a pantallas, y que los niños de 2 a 4 años no pasen más de una hora al día frente a ellas. Los médicos están observando las graves consecuencias que tiene sobre la salud de los niños la exposición a las pantallas.
El uso excesivo de pantallas puede causar retrasos en el desarrollo del lenguaje y de las habilidades sociales, déficit de atención, trastornos emocionales y problemas de autoestima, dificultad controlar la frustración y en bebés dificultad para gatear, caminar y hablar. El uso de dispositivos además está asociado al aumento de obesidad y el sedentarismo en las infancias, problemas de visión, alteraciones del sueño, irritabilidad y problemas de conducta.
La reconocida psicopedagoga Liliana González asegura que “los niños no vienen con la necesidad de los celulares abrochado en su ideología. Necesitan alimento y amor. Y para que el amor llegue hay que estar presentes, pero de verdad. Estar en cuerpo y alma ese ratito que tenemos”. Y qué difícil se hace la presencia cuando cada vez tenemos más exigencias ligadas a la productividad y menos atendemos las conexiones humanas genuinas.
Respecto otros riesgos y peligros que se vinculan al uso de dispositivos, la Sociedad Argentina de Pediatría recomienda que “los adultos deben involucrarse y educarlos acerca del derecho a la privacidad y la prevención de riesgos como cyberbullying, grooming, retos peligrosos, alteraciones de la percepción de su imagen, comportamientos problemáticos, exposición a contenidos inapropiados, falsos, patrocinados y/o extremos”.
No podemos tapar el sol con la mano. La tecnología atraviesa casi, si no todos, los ámbitos de nuestras vidas, cada día un poco más. Creo que es importante el límite y es cada uno quien lo decide. En el caso de quienes criamos, tenemos que asumir el compromiso y acompañar, estar en cuerpo y alma como dice Liliana González, educar con el ejemplo. Sentarnos a conversar o compartir un almuerzo sin celular y sin televisión. Proponiendo juegos y perdiéndole el miedo al aburrimiento.
Como madre de niños creo que la clave es no sentirse presionado a ofrecer pantallas. Y en caso que lo consideremos una opción o una salida rápida para entretener, que sea esporádico, que no se convierta en rutina que los chicos estén metidos en el celular. La otra parte importante es la presencia real, escucharlos, mirarlos y para eso debemos comprometernos y dejar nuestro móvil.
El mundo de los niños se construye con contacto, miradas, palabras, cuentos, abrazos y besos. De ese modo se desarrolla su propio lenguaje, su capacidad de vincularse con otros y con el mundo, así se establecen las bases para formar vínculos que los acompañarán por el resto de su vida. Si todo ese tiempo lo reemplazan por pantallas, sus herramientas emocionales y físicas serán muy limitadas. Cuando crecen y llegan a la adolescencia, también necesitan de adultos que los guíen y les recuerden que la legitimidad de sus relaciones supera sustancialmente el intercambio en chats o en las interacciones dentro de las redes sociales. A pesar de la invasión de dispositivos, de los colores brillantes y entretenimiento instantáneo que nos ofrecen las pantallas, elijamos el esfuerzo y ponerle el cuerpo a la crianza para que pueden desarrollarse con amor y salud.