Por Ariel Lugo. Dr. en Filosofía y Mg en Cs. Sociales y Humanas con orientación en Filosofía Social y Política.

Flor, una chica que ronda los treinta años, que tiene una vida casi igual a la de cualquier otra chica de su edad, y esa normalidad que la lleva a haber padecido abuso por el hecho de ser una mujer.

No es su caso algo estridente ni extraordinario, siquiera espectacular. Pero justamente allí reside la cuestión, en la normalidad en que ciertas actitudes se desenvuelven, no de ahora, no de siempre, ni de hace diez años, sino que con exactitud no lo sabemos o no con fecha cierta, pero sí sabemos que se inició cuando se empezó a tratar al otro como algo que no debía el respeto de ser considerado otro.

Allí, podremos empezar a rastrear algunos atisbos de respuestas. Pero no nos volvamos tan abstrusos, empecemos por Flor. Cuenta que a los 9 años un tipo la abordó en la calle y le manoseo las “tetas”, podrán imaginar el pecho de una nena a esa edad y aún así, ese hombre la manoseo y se fue. Ella, nunca lo contó. Para que una nena de esa edad no cuente ese hecho, funcionan muchos dispositivos que tornan el hecho algo cercano a lo imposible de expresarlo, entre ellos: las respuestas de algunas personas, inclusive cercanas, minimizando el hecho (hasta puedo ver algunas caras que llegaron hasta acá en la lectura, que se rían por la nimiedad de lo acontecido en el relato).

Aún así, no fue el único hecho que marcó a Flor en su niñez y adolescencia, hay otros, por lo menos que se le vienen automáticamente a la mente, pero dejemos eso para un poco adelante.

La historia que antecede podría sonar trivial y hasta cotidiana, y allí reside uno de los puntos que queremos resaltar, que determinadas acciones se tornan totalmente habituales y es esto lo que va interponiendo capas y capas de normalidad a aquello que desde ningún punto de vista podría serlo. Pero el tema está lejos de ser sencillo, ya que esa normal normalidad es condena sin miramientos cuando sobrepasa algunos límites -que no se sabe bien quién y hasta dónde los coloca-, como ocurrió hace unos días atrás con la violación que realizaron seis jóvenes, ya que allí se intenta sacarlos de esa normalidad y colocarlos en un sitio de anormalidad y deshumanismo, cuando utilizan términos como: animales, monstruos, bestias, enfermos, locos, etc.

Por un lado, se tiende a la normalización y cuando un hecho no sigue la misma lógica que era considerado en los carriles de lo normal, se busca alejarlo como no participe de ese acontecimiento “normal”. Ese movimiento de enajenación con respecto a esos otros que comparten con uno la sociedad. Un doble movimiento contradictorio de construcción de una normalidad que se rechaza, se excluye de la sociedad, de la ciudadanía y de la humanidad.

Como si se dijera: “hasta acá está bien” podemos soportar un “desliz” -que siempre tendrá atenuantes- pero si sobrepasas ciertos umbrales, caes afuera, no te reconozco, no reconozco que consideré lo que hacías antes como normal. Foucault (2007) se pregunta en Los anormales: “¿Cómo pudo entonces la especie de gran monstruosidad excepcional distribuirse, repartirse finalmente en esa bandada de pequeñas, anomalías de personajes que son a la vez anormales y familiares?” (pp. 107-108)

Volviendo a Flor, que podría ser cualquier otro caso -insistimos en eso-, un día hace varios años atrás cuando era una adolescente salía del colegio con una compañera y un hombre detiene su bicicleta y le consulta por una calle, mientras intercambiaban pareceres con su compañera sobre la calle consultada, sustrajeron la mirada del hombre y cuando se vuelven a contemplarlo con la indicación en la mente, ven que se estaba masturbando frente a ellas. Nuevamente, el suceso podría no sonar del todo bien seleccionado porque no pareciera haber “gravedad mayor” y otra vez se podría tomar a cualquier mujer y podría relatarnos acontecimientos similares o más graves (si no es grave que alguien se masturbe delante de unas adolescentes o manosee a una niña).

Pero retornando al punto de vista de la normalidad/anormalidad que se pone en tensión a la hora de “medir” una acción es que queremos señalar otro punto que apareció en los medios masivos de comunicación, por un lado, cuando se mencionaba: “los violadores de Palermo”; y por otro, una defensa pseudo-justificación aberrante de algunos “periodistas” sobre que la chica habría querido que ocurra lo que ocurrió.

Con respecto a lo primero, se señala con esa preposición (“de”) que en el barrio de Palermo, se vive con una cierta normalidad que no incluye la violación, por lo que los violadores son violadores del lugar, de las costumbres, de la moral de ese sitio y, paradójicamente, no de la mujer que fue violada.

Con relación a las voces que “atenuaban” ese accionar grupal abusando de una mujer, podemos señalar que lo preocupante no es que sean periodistas ni que ocupen espacios de televisión abierta ni que escriban en diarios de tiradas nacional e internacional, ojalá fueran sólo un puñado de periodistas -sin quitarle la gran responsabilidad que tienen- el máximo problema, pero lamentablemente no es así, y lo que hacen es la mera expresión de un pensamiento sedimentado que no sale de la nada, sino que está instalado en la sociedad, no en toda, en la que vivimos y se considera a la mujer como la culpable de los hechos de abuso hacia ella.

Si bien, se ha avanzado mucho por erradicar ese pensamiento, aún persiste y ciertos hechos, como los que se produjeron recientemente, demuestran que eso es así. Aquí, se podría observar una búsqueda por participar en una sociedad en la cual uno no quiere participar de esa acción, por lo que trata por todos los medios de encontrar una normalidad a lo anormal, busca que en algún punto se diga que ella deseó todo lo que ocurrió y por lo tanto, no habrían problemas. No habría cuestionamiento a la sociedad en la que vivimos, en la que participamos. De lo contrario, tendríamos que ver con eso, tendríamos que ensayar respuestas -como intentan hacerlo- de porqué pasó lo que pasó, de porqué alguien decide abusar de otra persona. Son mecanismos de defensas, nada novedosos, para sostener que todo se desarrolla con normalidad.

Lo que antecede debería llevar a cuestionarnos el rol que tenemos como ciudadanos, pero más allá de la ciudadanía, más allá de pensar lo humano por sobre otras formas de vidas, más allá de pensar que se puede abusar de una persona, por el simple hecho de poder hacerlo. Pero retornando a la cuestión política que quería plantear, la ciudadanía -considero- es fundamental para pensarnos con el otro. Es decir, es necesario pensar nuestra participación ciudadana en los hechos acontecidos, pero también en los que no tienen lugar (por qué de un grupo de seis personas que abusaban, al menos uno, dijo que no!). Si reflexionamos sobre nuestro accionar podremos considerar nuestra injerencia en determinados hechos antes que se tornen irreversibles.

Por lo que entre esa anormalidad que se normaliza y se condena -a veces-, y una normalidad anormal con la que convivimos y construimos lo que reprobamos y lo que consideramos correcto, podemos preguntarnos: ¿qué hiciste hoy por Flor?