Por Flavio E. Buchieri. Dr. en Economía. Profesor, investigador y consultor. Director Ejecutivo de El Club de Negocios. ww.flaviobuchieri.com

La confirmación, por parte del INDEC, que la inflación en Marzo fue lo que el propio Ministro Martín Guzmán había anticipado el pasado lunes por la noche en un programa de televisión (por arriba del 6% mensual; más precisamente, el 6.7%) ha encendido todas las alarmas en el oficialismo, que ya parece ver cómo la principal batalla que debe dar -la lucha contra la inflación- parece estar cuasi-perdida.

El propio Ministro de Economía también trató de brindar un poco de calma cuando consignó que, a partir de Abril, dicha tasa comenzaría a bajar. Pero, tal como está el contexto nacional e internacional, parece muy difícil que esto ocurra. Es más, ya hay economistas como Diego Giacomini –ex socio y amigo de la vida de Javier Milei- quien anticipa que, de continuar estos valores por el resto del año, el 2022 va a terminar arrojando una tasa anualizada de inflación del orden de los tres dígitos (por arriba del 110%).

Sin lugar a dudas que, la pandemia primero, la guerra entre Rusia y Ucrania después, y la necesidad por cerrar un mínimo entendimiento con el FMI (esto es lo que parece haber ocurrido, porque el plan a ser ejecutado lista ya de ser cumplible), han complicado fuertemente hasta ahora a la Administración del Presidente Alberto Fernández. Pero, lo que parece más claro aún es que, amén de lo antes nombrado, cómo continuar en lo que queda del actual mandato de Fernández es el centro de la discusión política que se traslada a todos los órdenes. Y, más aún, son los socios mayoritarios de la coalición oficialista los que, sin tapujos, pudor y/o “pelos en la lengua”, expresan en público lo que deberían ser rencillas hacia el interior de la misma. “Así como están las cosas, perdemos el poder el año que viene!!!”.

Y parecen tener razón. Es claro que, con esta dinámica económica, las perspectivas electorales del oficialismo se están diluyendo a un ritmo más rápido que el que contemplábamos tras la derrota electoral de medio término celebrada en Noviembre del año pasado. Ya son varias las encuestas serias que exponen que casi un 70% de la población desaprueba la gestión de Alberto Fernández. Y esto actúa como un potente taladro contra el propio Presidente que, en el seno de su propio espacio, parece ser ejecutado por la ex Presidenta, Cristina Fernández de Kirchner (CFK, hoy su Vice-Presidenta), y/o sus adláteres. Ya no hay más reservas al respecto. Y basta sólo asistir como mero espectador a los jugosos debates que se producen en la TV Pública como en C5N para ver las enormes contradicciones que el espacio tiene.

¿Qué es lo que está pasando?. Muy simple: un poder bifronte es el que gobierna, donde una parte “tiene la lapicera” (Alberto Fernández) y la otra tiene “los votos” (CFK) pero la primera no tiene el margen de maniobra que supone el cargo que detenta mientras que la segunda supone, con acierto a su modo, que tiene legítimos derechos por imponer sus puntos de vista porque es quien aportó la mayor parte de los votos para llegar al poder en el 2019.

Lo expuesto se traduce en otra relación de importancia. El Presidente cree que la política económica que su Ministro está ejecutando puede ayudar a mejorar la débil performance macro que le permita terminar su mandato. Y, si los números ayudan, proponer un segundo término. Su Vice-Presidenta cree que el camino emprendido lleva al gobierno al caos porque el actual contexto socio-económico no va a tolerar un ajuste que el primero niega que vaya a ocurrir. Pero, lo más grave aún es que el propio conflicto en la cúspide del poder parece darle la razón a CFK, con lo cual las discrepancias, las amenazas, las pujas por ver “quién se queda y quién se va”, entro otros menesteres, son endógenas a dicha situación. En este marco, bien vale lo que dice un conocido refrán que se pregunta: “¿quién le pone el cascabel al gato’”. Queda para usted, estimado lector, descifrar quién es quién en esta expresión.

El conflicto entre los dos bandos que encabezan el propio Presidente y su Vice expone lo que, en verdad, constituye el centro del problema: a) hay que corregir los desequilibrios que tiene la macroeconomía (“hacer el ajuste”); b) nadie quiere ser “el pato de la boda” en este proceso (¿quién será el que pagará la factura?); y c) nadie tiene capacidad para imponer un rumbo que implique el acatamiento del resto de los actores políticos del momento. Estamos ante un Presidente débil, con una sociedad que está acelerando su migración en términos de preferencias electorales hacia los extremos del espectro (por derecha e izquierda) y donde los actores que en el pasado le podrían dar estabilidad al actual contexto (los gobernadores y, en especial, los sindicatos) han “perdido la calle” y, con ella, la representación de quienes se cayeron de la economía formal y hoy están sumidos en la pobreza e indigencia.

Un mayor ajuste, si no es adecuadamente comunicado y apoyado por los actores que pueden revertir esta situación, conducirá a un clima de violencia social más grande. Y esto puede ser grave, como lo que el país vivió a fines del año 2001. Se requiere así no sólo destreza política sino un proceso de mayor institucionalidad que permita reconducir el proceso de producción vía un fuerte proceso de inversión, que recicle expectativas y genere las bases de un capitalismo más sólido que el que tenemos. Se trata, en definitiva, de recrear el sistema de pesos y contra-pesos para la República parece haber perdido. Hoy parece ser que “cada uno hace lo que quiere”. Y esto es muy caro para la economía.

¿Es inviable el actual contexto? Por supuesto. Ya luce como incumplible el acuerdo firmado con el FMI. Pero es un paraguas que, aún con las deficiencias que contiene y los “pedidos de perdón” que se solicitarán por los incumplimientos que, a partir del segundo semestre del año en curso pueden acontecer, es imprescindible. Sirve para poner un piso –aun cuando sea bajo- para evitar un deterioro macro mayor. Ahora bien, ¿están dadas las condiciones para que lo expuesto en el párrafo previo se alcance? Sin un entendimiento entre el Presidente y su Vice parece difícil. Y esto es necesario porque es prioritario fortalecer la figura presidencial. Cuanto mayor sea su peso político, mayor es la capacidad de imponer autoridad y respeto en la sociedad. Y, por ende, mayor es su contribución a la estabilidad social, la negociación inter-sectorial y la redistribución de los costos que la decadencia del país hace ya mucho tiempo impone a la sociedad.

¿Estamos ante las puertas de una inestabilidad macro mayor? Hoy parece desacertado pensar que esto es así. Pero un hostigamiento que deje sin espacio de maniobra al Presidente podría ser el inicio de una espiral inflacionaria que acelere los tiempos y conduzca a una inestabilidad social y política mayor. El 2023 luce cercano y lejano al mismo tiempo. Sin embargo, ya hay que diseñar qué acuerdo mínimo hay que darle a la sociedad para encauzar la economía y mejorar el clima de inversión que permita, a su vez, aumentar la producción, el empleo y el bienestar.

Lo mejor que pueden hacer Alberto y Cristina es aceptar y sellar una tregua. Que no les pase como a Macri que, por no enfrentar la realidad porque eso implicaba “tener que hacer el ajuste” (y, con ello, entregar las elecciones del 2019) finalmente perdió el poder, teniendo que sobre-llevar, como Alfonsín en su momento, la carga pública por haber sido acusado, mediáticamente de haber sido un mal administrador.

“Todos ganamos si nos mantenemos unidos” ha dicho la Sra. Secretaria de Legal y Técnica de la Presidencia, Dra. Vilma Ibarra. Pero parece que algunos creen que pueden salvarse a costa de los demás. “No le peguen al Presidente”, parece hoy ser una válida consigna por la propia salud del país.