Por Guillermo Ricca. Dr. en Filosofía 

El wa wa de Troilo no quiere arrancar/falta envido-truco, chiste nacional, canta Ricardo Mollo por ahí, parafraseando a Borges, en realidad, al Borges del idioma de los argentinos que dice que poco se puede esperar de un juego de naipes basado en la mentira, o algo así. El tema de la verdad no es un tema menor en filosofía. La historia de la filosofía conoció dos épocas bien marcadas en relación con este tema: una, la época de la metafísica, también llamada etapa dogmática en la que se cree que la mente humana puede conocer la verdad en sí, dicho en aristotélico: la verdad es la correspondencia del entendimiento con la cosa, una adecuación a la cosa.

Este pensamiento es tranquilizante, es como un clonazepam filosófico: no hay nada que me impida conocer el mundo tal cual es, conocerme a mí mismo tal cual soy y conocer lo que hay más allá del mundo tal cual es. Es más, para Aristóteles, esta es la más alta felicidad que puede alcanzarse. Al comienzo de su Metafísica dice algo que hoy nos suena paradójico: sabemos que estamos hechos para conocer la verdad por el placer que nos producen nuestras experiencias sensoriales. Haciéndola corta, esto se mantiene más o menos así, hasta que llega Nietzsche y le pega unos cuantos martillazos a esta tradición. Dice Nietzsche.

¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal.No sabemos todavía de dónde procede el impulso hacia la verdad, pues hasta ahora solamente hemos prestado atención al compromiso que la sociedad establece para existir: ser veraz, es decir, utilizar las metáforas usuales; por tanto, solamente hemos prestado atención, dicho en términos morales, al compromiso de mentir de acuerdo con una convención firme, mentir de acuerdo con un estilo vinculante para todos.

…Dogmas o metáforas…se sabe que la tropología, es decir, la capacidad de hacer metáforas es infinita. Lo único que decide, para Nietzsche, es el poder que hace que algunas metáforas cuenten como verdad y otras caigan como mentira. Solo hay poder, que es el que mueve los hilos de las metáforas, podría decirse. En este mundo estaríamos viviendo, un mundo en el cual el nihilismo se ha consumado de esta manera, identificando verdad y poder. Al no haber más verdad que aquella que puede instalarse con poder, tampoco hay mentira. Como va a decir Nietzsche en El ocaso de los ídolos, si elimino el mundo verdadero, también elimino el falso, es decir, elimino la distinción entre verdad y mentira. Solo hay opiniones.

Hay una salida a esta disyuntiva que para mí es la que propone Alain Badiou. Hay verdades, pero estas no son ni adecuaciones entre el logos y las cosas ni metáforas o simples hechos de discurso. Una verdad es algo que acontece y su efecto es un sujeto. El trabajo de una verdad así entendida no es añadir conocimientos, sino abrir un hueco, un vacío en medio de las opiniones para que ahí pueda advenir un sujeto: militante, en el caso de la política, amoroso, en el caso de los vínculos, apasionado en el caso del arte y de la ciencia…es decir, el sujeto efecto de una verdad es alguien que no renuncia a la desesperada pasión de estar en el mundo, como supo decir Pier Paolo Pasolini. Cualquiera de estas subjetividades está expuesta a un destino incierto, truculento a veces. No es que vivir bajo el signo de una verdad nos inmuniza del sufrimiento, de la angustia o del dolor propios de estar en este mundo, eso es lo que venden las pseudo filosofías new age, no es este el caso. Vivir en la verdad no es pertenecer al mundo de las almas bellas, incontaminadas e inocentes…vivir en la vedad es vivir en el fragor del mundo.