Por Gustavo Román. Director Propietario Periódico La Ribera 

Cuando parece que nos empezamos a acomodar y a familiarizar con los conocimientos que nos impone el avance de la evolución del hombre, de manera dinámica y llena de complejidades, vamos descubriendo nuevos desafíos que nos golpean con crudeza y nos recuerdan nuestra endeblez como raza.

Esto se basa esencialmente en nuestra naturaleza egoĂ­sta, individualista y violenta. Somos millones de individualidades que no encontramos cobijo en el concepto de manada, tampoco nos sensibilizamos con quienes necesitan de nuestra ayuda solidaria y genuina. Somos violentos siempre, pero con otras herramientas sociales.

Somos violentos cuando caminamos y no empatizamos con los más viejos; ni con los hombres y mujeres con capacidades diferentes; tampoco con los más humildes. La tecnología nos permite tener herramientas para el conocimiento, para el trabajo, para la salud. Pero nos embrutece, nos aísla, nos aleja de todo y de todos.

Vivimos una era veloz sin sentido. Hemos perdido la capacidad de medir el tiempo y los vĂ­nculos, sin disfrutar el proceso. Todo debe suceder en segundos, con la intensidad de la demanda de un sistema que necesita alimentar su voracidad que crece sin cesar y tontamente.

Este nuevo proceso de pandemia, nos planteó un verdadero desafío, básico y primario. Empatizar con los demás, cuidarnos unos a otros, ser solidarios y tolerantes. Incluso en base a una premisa esencial, la de sobrevivir como especie. Y allí afloro una vez más, lo peor de nuestras miserias.

Y negamos y renegamos de todo, del orden social, de la organización institucional y del respeto al otro. Volvimos al concepto de la irracionalidad como proceder, los mezquinos con intereses perversos, y también aquellos que pregonan un discurso de armonía y equilibrio con actitudes de egoísmo inconcebible. Volvimos a la esencia de la violencia.

En épocas de tecnología y conocimiento, el principal reclamo para muchos fue que nos quedáramos en nuestros hogares, para cuidarnos nosotros y a nuestros afectos. Tampoco con esa consigna fuimos amigables. Antepusimos nuestra soberbia al cuidado de la salud, la nuestra y la de los nuestros. Y ocasionamos miles de enfermos, muchos de ellos ya no están, en nombre de esa actitud perversa.

Somos unos bestias. Debemos asumir que somos los responsables de esas muertes, como especie que no cuida a los suyos, a sus pares. Nunca entendimos que esta pandemia nos reclamaba un cambio, nos permitĂ­a la posibilidad de ser distintos, humanos por excepciĂłn y hasta por necesidad. Pero elegimos otra cosa y lo estamos pagando muy caro.

El desafío real del siglo XXl no es el de conquistar el espacio y habitar nuevos planetas. Tampoco el de seguir sumando tecnología para trabajar menos y ganar mejores salarios. Ni fabricar aviones modernos, ni vehículos eléctricos. Tampoco seguir abonando la teoría del consumo como único elemento que nos acerque a la felicidad. No, ese no es el desafío real.

Tanta energĂ­a y esfuerzo dilapidada en encontrar elementos que nos den falso placer, que nos entretengan y nos confundan, han generado como consecuencia esta sociedad en la que nos transformamos. Insensibles, egoĂ­stas, retrĂłgrados, peligrosos.

El desafío verdadero está en encontrar el rumbo como especie. Y para lograrlo, no hacen falta revoluciones ni procesiones bíblicas. Ese camino es impostergable para que podamos sobrevivir nosotros y nuestra descendencia. Es mucho más sencillo todo lo que nos cuentan los medios, que cada día te confunden más y te imponen hasta los conceptos más básicos de tu existencia, tus gustos y tus necesidades emocionales.

Empeza mirando al tipo al otro lado del espejo y analízalo. Miralo a los ojos, observale los gestos y trata de reconocerlo. ¿Esa persona te resulta conocida o es producto del deseo de los demás?. ¿De verdad crees lo que afirmas, o estás repitiendo los gustos y opiniones de otros?. ¿Sos realmente vos o lo que dejaste que construyan de vos?. Los nuevos desafíos del milenio comienzan en un escenario muy simple, con actores muy cercanos y que se asemejan mucho a la persona que alguna vez fuiste.

Volvamos a la manada. A los abrazos. A la empatía con los demás. Al simple concepto de encontrar en nuestra casa un hogar, que nosotros mismos hayamos construido. Bajate de la competencia en la que te subieron otros y sus necesidades y que nada tiene que ver con vos. Correte de ahí.

Por la memoria de nuestros seres queridos que nos enseñaron otro camino y que ya no están. Por el futuro de nuestros hijos y por nuestra propia existencia. Tomate un minuto, respira profundo y permitite reflexionar. Ya no corras a ninguna parte, no desconozcas a los que te necesitan, sé amable. Volvé a vivir en esencia.