Por Laura Olocco. Comunicadora Social 

En Argentina, a pesar de los avances lo cierto es que los femicidios no han disminuido. Incluso, en los últimos cinco años se han incrementado. El primer informe del 2023 realizado por el Observatorio de Femicidios en Argentina “Adriana Marisel Zambrano” relevó los asesinatos cometidos durante enero y la Provincia de Buenos quedó como líder de un ranking lamentable.

Según el relevamiento hubo 25 víctimas en el primer mes del año de las cuales 8 fueron dentro de la Provincia de Buenos Aires, seguida por Córdoba (3), Salta (2), y Tucumán (2). Veintidós asesinatos corresponden a femicidios, 1 a travesticidio y 2 a femicidios vinculados de varones adultos y niños. De todos los casos, 3 mujeres ya habían hecho una denuncia previa y dos tenían medidas cautelares de protección. Sin embargo, no fueron suficientes.

Por último, un 49% de las mujeres fue asesinada en su hogar y en el 63% de los casos fue su pareja o ex pareja.

El golpe no es el inicio como tampoco es el fin. Ni la violencia es solo física ni sus consecuencias acaban con la desaparición del último moretón. La huella queda, existe y es notable. El miedo, la culpa, la dependencia, el aislamiento y el trauma sexual que siguen a los episodios violentos pueden acompañar a quienes los sufren para siempre.

¿Dónde se enquista el miedo y la verdad de sabernos menos libres? Las violencias tienen un impacto negativo sobre la salud de las mujeres que la padecen, ya que puede ser causa de depresión, trastorno de estrés postraumático, insomnio, trastornos alimentarios, sufrimiento emocional e intento de suicidio. También se han documentado consecuencias en la salud física como cefaleas, lumbalgias, dolores abdominales, fibromialgia, trastornos gastrointestinales, limitaciones de la movilidad y mala salud general. Es la violencia que nos enferma.

“Analizamos la violencia de género más desde su faceta dramática que desde las consecuencias efectivamente tiene en la vida cotidiana de las mujeres. Una mujer agredida es una mujer a la que se le está negando el derecho a una salud integral satisfactoria”, explica la Lic. María Florencia Freijo en su libro (Mal) Educadas (2020).

A propósito, nuestro país cuenta con una ley integral, basada en tratados y convenios internacionales de jerarquía constitucional, que promueve el acceso de las mujeres al derecho a vivir una vida libre de todo tipo de violencias, tanto en el ámbito privado como en el público, y se pronuncia sobre la violencia simbólica y mediática.

Sin embargo, la brecha entre la letra de la ley y la realidad concreta es aún difícil de acortar dadas las tensiones que se presentan entre las costumbres y el derecho. En este sentido, la escritora, antropóloga y activista feminista argentina, Rita Segato afirma que “lo que vemos es una ley, un contrato jurídico que, inescapablemente, se deja infiltrar por el código de status de la moral, una modernidad vulnerable a la tradición patriarcal sobre cuyo suelo se asientan y con la cual permanece en tensión” (2003:136).

 Entre otras acciones, la posibilidad de erradicar la violencia de género está también, en transformar los discursos sociales que, la mayoría de las veces, no hacen más que legitimarla. En este sentido, coincidimos en que la ley desafía la moral, por tanto, es necesario legislar y/o evocar los marcos con los que ya contamos. “Sin simbolización no hay reflexión y sin reflexión no hay transformación” (Segato, 2003:143).