Por Guillermo Ricca. Dr. en Filosofía.
La palabra grieta, aplicada a la política, confunde más de lo que aclara. No es un concepto sino apenas una metáfora que impuso el ex periodista Jorge Lanata, hace unos años para referir de manera ominosa el tipo de conflicto que divide de manera estructural a la sociedad argentina. Para Lanata, como para toda la política de derecha en Argentina, el kirchnerismo tiene la culpa de todo, por lo tanto, también debe tener la culpa del tipo de país que proyectaron las élites neocoloniales hace más de un siglo, porque de eso se trata: aquello que la derecha denomina “grieta” como si se tratara de una maldad reciente de Cristina—porque Cristina es mala, por supuesto. Primero por mujer, y luego por peronista—en realidad, es el verdadero parteaguas que divide de manera estructural a la sociedad argentina desde que tiene historia.
El proyecto de las élites neocoloniales—esta categoría pertenece al historiador Tulio Halperin Donghi a quien no se puede acusar de simpatía alguna por el peronismo—es un proyecto de país estamentado, una república que terminaría en la Avenida Córdoba, de CABA; país en el que las libertades de los ciudadanos serían coincidentes con las libertades de las mercancías. Es decir: un país para una minoría. La minoría que detenta el poder económico que, por supuesto, ha cambiado el pelo, pero no las mañas, como diría Arturo Jauretche. Ya no se trata de las veinte o treinta familias de la oligarquía con olor a bosta de vaca: hoy tallan ahí intereses económicos del capital global e intereses geopolíticos de la embajada de Estados Unidos, como siempre sucede en cualquier país que tenga una embajada de Estados Unidos.
¿En qué consiste el evangelio anti grieta de Schiaretti? En una versión renovada del “si no puedes con ellos, únete a ellos”. Seguramente, los que elaboran el discurso político de Hacemos Unidos por Córdoba encontraran uno o varios justificativos retóricos para explicar el proyecto de unir a todas las fuerzas políticas contra el Frente de Todos o, digámoslo con nombre propio: contra Cristina. Lo cierto es que, por empezar, esa unidad anti grieta se parece bastante a la Unión (anti) democrática de 1945, para impedir que Perón llegara a la presidencia. El llamado de Schiaretti a unir fuerzas contra el actual frente de gobierno ¿no es una suerte de pase libre a la oposición? De este modo, queda claro que, para Schiaretti, terminar con la grieta es terminar con la representación de los intereses de los trabajadores, terminar con la puja distributiva, terminar con la ampliación de derechos y terminar con la política democrática, toda vez que ésta implica crear mayor igualdad—democracia económica–, algo más que lo que tiene en agenda la identificación de la democracia con el liberalismo.
Terminar con la grieta, para Schiaretti, equivale a terminar con el peronismo, el confesado sueño de Mauricio Macri y de Juntos por el cambio, manifestado hasta el hartazgo por sus dirigentes. No se trata de ganarles una elección interna, una PASO, sino de hacerlo desaparecer, borrarlo de la historia y de la memoria colectiva. El pacto para acabar con la grieta no es otra cosa que un acuerdo para acabar con la maldición populista, pesadilla del proyecto conservador en Argentina, no importa cuando leas esto. Ese ha sido el sueño a veces secreto y hoy confeso, de las derechas, aún de las derechas peronistas.
No hay ni nunca hubo izquierda peronista. Pero es propio del peronismo instaurar justicia social y, entre nosotros, ese es el nombre de la igualdad, esa bandera de la república moderna. Con luces y sombras, con aciertos y muchos desaciertos es lo que el Frente liderado por Cristina Fernández intenta desde hace dos décadas. Ese intento despierta el odio de los sectores conservadores que la política de derechas moviliza en Argentina de manera reactiva.
Para acabar con la grieta el camino no es otro que el de la creación de justicia social, lo cual implica acabar con los privilegios de un país que es, como muestra nuestra historia, anterior a la irrupción de la identidad política mayoritaria, es decir, democrática, en nuestro país.