Por Guillermo Ricca. Dr. en Filosofía

El gobierno nacional ha convertido la política en una maquinaria de destrucción, en la razón de ser misma de su gobierno. Es un gobierno que sólo se aplica a esa tarea, como si se tratara de una empresa de demolición. No se recuerda en este país, salvo en la dictadura, bajo la gestión de Martínez de Hoz o bajo el menemismo, con las privatizaciones de las empresas públicas y la ley federal de educación un daño semejante acometido contra la misma sociedad. Lo llamativo es la complacencia de quienes sufren los daños de manera más directa, aunque una política de destrucción afecta siempre a la totalidad de la población, aun cuando sus efectos no se vean de manera inmediata.

El último libro escrito por Baruj Spinoza, inconcluso, debido a su muerte temprana en 1677, lleva el título de Tratado político. Con una notable influencia de Maquiavelo, Spinoza entiende que la tarea de cualquier régimen político es evitar o posponer la ruina; es decir: lo opuesto a lo que hace el gobierno de Javier Milei cuyas acciones están destinadas a precipitar la ruina. En un muy bello y extraño libro, Las ciudades invisibles, Ítalo Calvino pone estas palabras en boca de Marco Polo, en la última de sus conversaciones con el Gran Khan: “El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”.

La apuesta de Milei es antagónica al consejo de gobierno que Marco Polo le propone al Khan: hacer que sólo haya infierno y que sólo haya aceptación del infierno y resignación a vivir en él. El infierno en el que estamos, ha sido tematizado de muchas maneras en la historia de la filosofía política. Tomas Hobbes y Spinoza hablan de un estado de naturaleza en el que impera la ferocidad propia de una selva o del mar, en el que el pez grande devora al pez chico. Pero ni Hobbes ni Spinoza se resignan a que ese estado inicial sea el destino de la ciudad de los hombres. Precisamente, la política es la tarea arriesgada que exige atención y aprendizaje continuos para sustraernos de ese estado miserable. Por eso el proyecto de Milei pude ser identificado como una manera brutal de terminar con la política para entregar nuestras vidas a la ferocidad de poderes siniestros que sólo reconocen como ley el poder del dinero.

Subsiste la pregunta en torno a la primera manera de no sufrir el infierno que refiere Marco Polo ¿por qué hay mayorías que eligen eso? La primera respuesta está en el mismo párrafo del libro de Calvino: es lo más fácil. La segunda es más perturbadora: hay un goce que implica una captura de sí a la que es difícil, muy difícil renunciar: el goce en la destrucción y en el mal del otro se mueve en una doble ilusión, alucinada y delirante: que se lo merecen porque son los culpables de las frustraciones e impotencias propias. Sólo desde ese delirio es posible callar ante un discurso que dice que la justicia social es una aberración o que la ruina de la nación es culpa de los jubilados, los niños beneficiarios de la asignación universal, las disidencias sexuales, los docentes, los científicos, o los habitantes de los bosques que se queman ante la indolencia generalizada.