Por Prof. Rosa Cattana. Agrupación «Arrugas Más, Arrugas Menos»

“La vejez es un fenómeno femenino”, lo dicen los gerontólogos y lo dicen las estadísticas. Según datos de 2020, en nuestro país la población de 60 años y más asciende al 15,7 % de la población total, casi 7,1 millones de personas. De ese total el 58 % somos mujeres y el 42 % son hombres, esa diferencia se hace cada vez mayor según crece la edad. Esto es así porque la esperanza de vida de las mujeres argentinas es de 80 años mientras que la de los hombres es 73 años. Esto explica en parte la aseveración con la que comencé la nota.

Pero también interesa analizar las maneras de envejecer y se reconoce que conformamos la franja etaria más diversa, por eso pataleamos cuando dicen la frase “los viejos son todos iguales” y los expertos suelen decir que hay tantas maneras de envejecer como viejos y viejas hay en el mundo. Sin embargo, las mujeres envejecemos de manera más desfavorable que los hombres.

Por un lado, las mujeres tenemos el mandato y la presión social de parecer más jóvenes, de corregir o disimular las marcas del tiempo en nuestro cuerpo o en nuestro rostro, teñirnos las canas, usar cremas y cirugías “anti age”, eliminar arrugas, flaccidez, estrías. Esa presión nos convierte en un redituable negocio para las industrias cosmética, farmacéutica y de la cirugía estética.

No estoy diciendo que esté mal que alguien quiera cambiar su aspecto, no podría decirlo yo que hace 45 años que me tiño el pelo de los más diversos colores y ahora con la cantidad de colores bonitos que hay estoy en mi salsa con un mechón azul que hace que muchos desconocidos se rían cuando me cruzan en la calle. El problema es que sea un mandato que nos lo quieran hacer sentir como una obligación. Porque a los hombres con canas se los suele considerar “un maduro interesante” y las mujeres que no tiñen sus canas suelen ser “unas dejadas”. Porque los hombres maduran mientras las mujeres envejecen.

Pero este aspecto estigmatizante consecuencia de la doble condición: mujer y vieja, si bien es muy pesado sobre todo para las mujeres de clases media y alta, es un tanto superfluo frente a
otros aspectos del envejecimiento femenino. Las mujeres vivimos más, pero más achacadas, ya que los distintos cambios hormonales producidos a lo largo de la vida producen deterioros físicos que no matan, pero molestan.

Pero, sobre todo, las mujeres envejecemos más empobrecidas, más dependientes y más solas. Según Anses, en junio de 2021 había 5.618.873 de jubilados. De esa cantidad de jubilados, alrededor de la mitad 2.800.000 cobran el haber mínimo y el 83 % de estos son mujeres (aproximadamente 2.300.000 jubiladas). Con el aumento de 12,28 % que se cobrará en abril con los haberes del mes de marzo, los jubilados de la mínima cobrarán $ 32.629,69.

Reconozco la importancia que tuvieron las moratorias previsionales que permitieron que muchas personas, sobre todo mujeres, que habiendo trabajado toda su vida no tenían aportes o no tenían suficientes aportes, porque en esta sociedad patriarcal se concibe como normal que sea el hombre el proveedor de bienes en el hogar y que vaya progresando laboral o profesionalmente sin considerar que si puede hacerlo es porque la mujer cuida a los niños, atiende la casa, cocina, cuida padres y/o suegros, lleva los chicos a la escuela, tiene en cuenta las cuestiones de salud de toda la familia y cuando tenía tiempo hace algunos trabajitos para aportar unos pesos más al hogar, como modista, como enfermera, cuidando otros niños, atendiendo un comercio de un familiar y muchas cosas más, porque si hay algo que las mujeres sabemos es hacer muchas y diversas cosas.

Por esto es que considero importante las moratorias previsionales, pero quiero también dejar en claro que quienes se acogieron a las moratorias no le deben nada a nadie, es una cuestión
de justicia para quienes habiendo trabajado toda la vida, las ideas imperantes en la sociedad no la consideran trabajadora.

Ahora bien, ¿cómo imaginarnos la vida de las 2.300.000 jubiladas que a partir del próximo mes cobrarán $ 32.629,69? Porque nadie puede negar a esta altura, que con eso no alcanza para comer, vestirse, asearse, usar algún medio de transporte, pagar algún gasto de salud que no se cubre por PAMI y ni hablar de alquilar vivienda.

Yo no sé cómo viven, puedo imaginar diversas situaciones, ninguna de ellas asegura la libertad y dignidad que cualquier persona merece. Algunas vivirán con una pareja que aporta los ingresos necesarios al hogar, otras vivirán con hijes que tienen una situación económica que les permite costear algunas necesidades de su madre, otras que no tienen esas situaciones -si la condición física se lo permite- seguirán trabajando, otras tendrán alguna asistencia del Estado o de vecinos o personas que solidariamente las ayude.

Para este 8 de marzo, el colectivo Ni Una Menos (NUM) convocó a un paro feminista de 24 horas y a una movilización en todas las ciudades del país, en el marco del Día Internacional de
las Mujeres Trabajadoras, después de dos años de pandemia y bajo la consigna de recuperar las calles;.

El lema de las movilizaciones es “la deuda es con nosotras” y se reclama igualdad laboral y de salarios. Y en esto tenemos que estar las viejas reclamando una recomposición de los haberes jubilatorios. No alcanza con que los aumentos superen la inflación, 500 o 1000 pesos más no hacen la diferencia.

Mi utopía, que a esta altura de tan utópica es un tanto ridícula, es que los funcionarios del ejecutivo y los legisladores en lugar de tantas reuniones y discusiones mediáticas para ver cómo se paga una deuda ilegítima, qué estuvieran discutiendo de donde sacar la plata necesaria para recomponer las jubilaciones mínimas, de manera que las personas mayores, que ellos mismos con un paternalismo que molesta llaman “nuestros mayores”, puedan vivir dignamente y la deuda que la paguen los que la fugaron.

Por eso amigas, compañeras, hermanas mayores de 60, el 8 M las calles también son nuestras, y si no nos da el cuerpo para marchar, están las redes. El 8M, exigimos dignidad.

Fotografía: Rosa Cattana.