Por Stefanía Leivas. Comunicadora social.
Sin dudas la virtualidad habilita nuevas formas de relacionarnos con el otro. Las redes sociales nos conectan con lo que nos interesa, nos mantienen cerca de los amigos y de la familia, hasta nos permiten encontrar pareja.
No estamos en las redes sociales, intentamos SER dentro de ellas. Un algoritmo que se nutre de nuestras búsquedas, likes e interacciones va formando nuestro perfil, con el principal objetivo de ofrecernos lo que posiblemente compremos. Mientras nos venden lo que antes no sabíamos que existía pero ahora necesitamos con urgencia, se va delimitando nuestra imagen, que no es exactamente lo que somos, sino lo que queremos ser.
La imagen que proyectamos en la sociedad es una construcción donde convergen características físicas, atributos, actitudes; nuestro perfil es lo que somos y lo que hacemos, es nuestro color de pelo y el vocabulario que utilizamos para conversar. Nuestra imagen es la apariencia y también el modo en que nos relacionamos con el mundo. A través de la imagen se entrevén los valores que profesamos.
Si lo trasladamos a las redes sociales, el perfil se construye prácticamente igual pero con un recorte mucho más acotado y fácilmente manipulable. En este sentido cobran protagonismo las intenciones de cada persona y lo que busca obtener a través de lo que elige mostrar. Podemos optar por un perfil profesional o académico que funcione como un CV o presumir nuestros viajes por el mundo, con afán de convertirnos en gurúes de la libertad. Podemos elegir mostrar nuestra vida social, las fiestas a las que nos invitan o abrir las puertas de nuestro hogar y exponer la vida familiar. Cada usuario habla de sí mismo. Puede hacerlo de manera consciente o inconsciente. Pero ineludiblemente habla de sí mismo en cada publicación.
Hay una enorme falacia en todo esto: los cuerpos perfectos, las vidas perfectas, las casas pulcras, los éxitos tras éxitos. La vida real no se ve a través de las pantallas porque los fracasos no crean necesidad de comprar experiencias u objetos. Vende lo lindo, lo retocado, la cocina de Pinterest, eso vende. Aunque ya sea más de lo mismo y los influencers utilicen hasta el mismo vocabulario y todos tengan el mismo sentido del humor.
Hay que tener los pies sobre la tierra y recordar que las apariencias engañan. Hay que tener claro que tus seguidores no son tus amigos, que los likes te inundan de dopamina apenas por unas fracciones de segundos y la emoción desaparece. Hay que tener claro que la vida se vive fuera de las pantallas y la autoestima no se mide en la cantidad de me gusta en un reel.