Por Gustavo Román. Director Periódico La Ribera

El año 2022 está transitando su tercer mes de vida, y sin embargo parece que el tiempo transcurrido hace el año más añejado en el tiempo. Es que la velocidad de los procesos es tan dinámica, que todo lo sucedido en la temporada estival que aún no concluye, parece efímero. Estamos observando que todos los procesos se aceleran, y en muchos casos, sin base ni sustento político.

En el ámbito partidario, por ejemplo, el justicialismo provincial no sale de un escenario de obviedades elementales y que porfían el rumbo de la historia, donde prevalecen las decisiones centralistas, personalistas y muchas veces, caprichosas. Y quizá este tiempo de fin de ciclo de muchos procesos, genere que todos los escenarios se cierren y se solidifiquen alrededor de viejas y agotadas figuras.

Lo que llama poderosamente la atención, es la definición de los nombres que componen la conducción partidaria del departamento Río Cuarto. El ungido, sin méritos ni recorrido militante y con origen político muy lejano al PJ, proviene de una localidad que no tiene ningún peso político, ni sintetiza ninguna construcción y su único mérito en el justicialismo, es la obediencia debida a la estructura central del poder.

Néstor Pasero, de quien hablamos, incluso debió afrontar una situación institucional que puso en duda sus manejos administrativos en la comuna que conduce, y que tiene menos de 200 habitantes según el último censo nacional. Nos preguntamos entonces, ¿cuál es el objetivo de promover la candidatura de este “dirigente”?. Solo podemos imaginar una respuesta, el cambio de autoridades del justicialismo en el Departamento Río Cuarto es una humorada de mal gusto.

Entendemos además que si esta es la única figura que se le ocurre designar al oficialismo provincial, tiene una absoluta escasez de dirigencia y militancia. Y todos sabemos que eso no es verdad. Cumplieron con una formalidad faltando el respeto a todos. A los dirigentes con trayectoria y con peso político y que ganan elecciones; a la militancia a la que NUNCA CONSULTAN y a la imagen de un partido político que sigue atrasando. Con estas decisiones volvieron a la imagen de mediados del siglo XX. Patético todo.

Lo más insólito, es que en ese marco encuadraron al justicialismo de Río Cuarto. Y con ellos, a la figura de Juan Manuel Llamosas, que con sus tibiezas avala esta corriente de irresponsabilidad y mediocridad política que lo deja muy expuesto como dirigente con proyección política.

El intendente de Río Cuarto, capital alterna de la nación y la provincia, preside el partido en la ciudad. Sin oposición formal, pero con una dispersión generalizada de la militancia, que cada día se manifiesta con mayor descontento en todos los escenarios. No tiene esta estructura justicialista de la ciudad, nada para celebrar. La dependencia del dedo y las disposiciones del Centro Cívico local, pulverizan cualquier imagen de rebeldía política que se esbozó hace una década.

Y lo que aún más nos sorprende, es que se intenta promover una construcción de un proyecto con intenciones de aspirar a un escenario provincial. Hay en el Palacio de Mojica, quienes amagan con una proyección de Llamosas en el plano regional y aún más ambiciosa, en el contexto de la provincia. Si el partido al que perteneces es liderado en el Departamento Río Cuarto, donde conducís la ciudad cabecera, por un dirigente desconocido y con dudoso prestigio, es muy difícil proyectar nada.

Es absolutamente claro que desde Río Cuarto, no se construye poder ni liderazgos. No hay consensos ni acuerdos. Hay látigo de chequera y dedo decisor. Todos los funcionarios muestran temor, dependencia económica y laboral, condicionamiento estructural y poca iniciativa política. Escasa rebeldía, insulsa mística militante, todo sucede desde ámbitos foráneos a la ciudad y sus referentes, que en realidad, actúan más como empleados públicos jerarquizados que como dirigentes políticos con ambiciones.

En ese escenario, sin sentido de pertenencia ni identificación política, se encara un proceso que simula tener fortalezas y proyectos propios, pero lo único que puede enarbolar como bandera es la dependencia absoluta de un poder político e institucional, que cada día está más cerrado y centralizado. Que no consulta, no se abre y no construye, solo se cierra y ordena. Córdoba decide, los demás obedecen.

Es tan perversa la situación del manejo del poder en el gobierno y en el partido, que cuando se analiza el futuro político nadie tiene claro cuál es el rumbo que se tomará. Si sus dirigentes harán alianzas con Cambiemos, con el radicalismo o se promoverá la unión de todo el PJ. Demasiada complejidad para aceptarla en silencio.

Asumir que lo que se resolvió no tendrá consecuencias, es no tener relación con el pensamiento de las bases militantes y la sociedad que cada vez se aleja más de estos manejos de personalismos graves. Y en ese contexto, es muy difícil construir nada.