Por Flavio E. Buchieri
Dr. en Economía. Profesor, investigador y consultor. Director Ejecutivo de El Club de Negocios.

La cruda realidad ya está dando muestras de lo que en la calle se percibe como alto malhumor social. Casi un 70% de los encuestados en la mayoría de los sondeos hechos por diferentes consultoras a nivel nacional expone su rechazo a la administración del Presidente Alberto Fernández. Enorme desgaste cuando casi dos años antes, al comienzo de la pandemia, el mismo Presidente registraba guarismos muy positivos, superiores al 80%.

Este dato es la muestra más contundente de que, junto con el crecimiento de fenómenos –por ahora- meramente electorales como Milei y Espert, la sociedad está no sólo pidiendo a gritos una corrección fuerte del rumbo económico sino que, al mismo tiempo, comienza a desaprobar la gestión de los planes sociales que, entre otros aspectos, vuelve caótica la vida en la Ciudad de Buenos Aires. Ni que hablar de la inseguridad y del narcotráfico, aspectos que el gobierno descuida al extremo de que alguien como el Secretario de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, se haya convertido en la “arena en el zapato” tanto del propio Alberto Fernández como del Gobernador Axel Kiciloff.

Lo expuesto atestigua también lo que a nivel político se está produciendo. Por un lado, en Juntos por el Cambio no sólo se observa el regreso del ex Presidente Mauricio Macri a la carrera pre-electoral sino que la mayoría de los demás candidatos potenciales del espacio están endureciendo su discurso e intentando -todavía en forma infructuosa- incorporar a los mismos Milei y Espert a la coalición que, de seguro, será re-estructurada. Nadie sabe bien qué lugar va a ocupar aquí el radicalismo, ahora que está fortalecido porque, además de poseer estructura o aparato a nivel nacional, tiene candidatos muy potables como Facundo Manes y Martín Losteau.

Pero también hay novedades en el oficialismo. El actual Presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, ya está no sólo amenazando con dejar el Frente de Todos si las peleas entre Alberto Fernández y su Vice-Presidenta (CF) continúan sino que, al mismo tiempo, coquetea con el radicalismo para avanzar, junto con el Gobernador Gerardo Morales, en una potencial nueva coalición de cara a las elecciones del año que viene. Massa no quiere quedar pegado a las rencillas entre el Presidente y su Vice con lo cual es clave cómo se posiciona a mitad de camino entre el oficialismo y la oposición, mostrando una opción que por ahora suena difícil de conciliar: superar la grieta que ambos encarnan, mostrando su claro costado de centro-derecha pero recogiendo a los caídos que CFK deja al costado de la ruta.

Lo que sí es claro es que CFK ya se despegó de parte del gobierno nacional al estar explícitamente (ella, su hijo y el espacio que conduce) en contra no sólo del acuerdo con el FMI sino de todo lo que está haciendo la actual administración para, entre otros objetivos, atacar la inflación. Problema que promete, este año, superar el 65%. CFK sabe que corregir este incordio implica “hacer el ajuste” que ella (y toda la clase política en su conjunto) se niega a convalidar, máxime si el salario real no se recupera. Estos aspectos la ponen en condición de considerar que su futuro político y judicial no está pavimentado a partir del año que viene. Y también se allana a la idea que si el próximo gobierno (hoy, seguramente, en la oposición) logra domar los males endémicos del país, sus posibilidades electorales van a desaparecer también en el 2027, como le pasó al radicalismo con la llegada de Menem, en 1989, tras la instauración de la Tabla de Salvación para su gobierno, como fue el Plan de Convertibilidad.

Hoy Argentina es prácticamente inexistente en los principales mercados financieros a nivel mundial. Esto es un gran obstáculo porque si accediéramos a crédito voluntario en el exterior, el ajuste se podría suavizar y sería más tolerado en términos políticos. Y, más allá del actual conflicto entre Rusia y Ucrania, esta situación implica que, por ahora, las posibilidades que la economía repunte rápidamente por un aumento de la producción está vedada porque: a) todo aumento del consumo que se intente está condenado a ser sólo el combustible que retro-alimente la inflación mientras que, como opción b), sólo un aumento considerable y sostenido en la tasa de inversión permitiría sendos aumentos en la producción y el consumo. Esto último, por sí mismo podría permitir una recuperación importante del salario real, amén que brindaría determinantes más sólidos para comenzar a estabilizar la economía. Pero esto está vedado porque la dinámica política impide, cómo sí lo hizo con Carlos Menem, el establecimiento de un clima de inversiones robusto producto del cambio de organización económica y de instauración de nuevos incentivos que generó su gobierno.

En este marco, la instalación de una nueva Tabla de Salvación como la que impone una dolarización de la economía es cada día más resistida aún por quienes veinte años atrás hubieran adoptado una opinión totalmente opuesta. La semana pasada, en esta columna, hablamos bastante al respecto. Pero sí está claro que hoy no es factible desde lo operacional (no hay dólares para convertir todos los pesos al actual tipo de cambio oficial); nadie sabe qué va a pasar con el stock de LELIQ si se anuncia tal cambio de contexto (podría sobrevenir un nuevo Plan Bonex para licuar el impacto presente de la enorme cantidad de pesos que se esconden con las mismas); ni desde lo político (el ajuste del gasto público que esta implicaría requiere de un acuerdo político a todos los niveles de la administración nacional, validado por los diferentes espacios políticos para que se convierta en una Política de Estado sostenible en el tiempo). ¿Para qué hablar, entonces, de esta propuesta? Es sólo un fenómeno meramente electoral. Que seguro, a varios de sus proponentes le va a implicar enormes ganancias en términos de votos.

La sociedad se está corriendo hacia la derecha. Es indudable, al igual que como vimos en los últimos años de la década de los ´80. Lo pernicioso de esto es que si no aprendemos de lo que pasó y cómo se agotó un buen Plan de Estabilización como fue la Convertibilidad, pues estaremos condenados a repetir la historia. Ya hemos perdido varios “trenes de la historia”. Si Argentina quiere ser Alemania o Corea del Sur, para dar dos ejemplos transmisibles, tendrá mucho por hacer. ¿Estaremos en condiciones de plantearlo? ¿De lograrlo? ¿De quererlo?