Por Pablo Gustavo Díaz. Consultor en Marketing Político

En el abordaje estratégico de una campaña electoral hay tres posibles caminos a transitar para llegar al éxito. De allí que el marketing político reconozca tres tipos de campañas: positivas, negativas y sucias. La campaña positiva es aquella que resalta las virtudes del propio candidato y su partido. La campaña propositiva, que ofrece soluciones, que afirma, que propone. Son de alguna manera pedagógicas ya que buscan enseñar.

La campaña negativa, o también llamada de contraste, es aquella que resalta los errores y defectos de la campaña del adversario contrastándolos con las virtudes propias. Aquí ya no solo se busca enseñar sino además alertar de los peligros.

Las campañas sucias atacan al adversario. No discuten ni contrastan sus ideas sino a las personas. Se basan en falacias Ad Hominem. Porque además no se contentan solo con exagerar los defectos sino creando otros.

La campaña sucia tergiversa los hechos, inventa una realidad virtual favorable a su relato. Y lo hace con el objetivo de dañar al otro sin importar cual sea el medio utilizado. Para ello atraviesa las fronteras de la ética, la moral y el decoro. No busca ilustrar al elector ni prevenirlo, sino engañarlo.

En la corta historia democrática argentina que vivimos desde 1983 hemos convivido con momentos de suciedad en todas las campañas electorales. El “pacto sindical-militar” denunciado por Raúl Alfonsín en su campaña de 1983 fue eso. Una denuncia falsa cargada contra sus adversarios del partido justicialista, que dicen los libros que estudian las elecciones, consiguió exitosamente cambiar la tendencia de votos a su favor.

En la elección legislativa de 2005 en la ciudad de Buenos Aires, desde el Frente para la Victoria se activó una campaña sucia contra el candidato de la Coalición Cívica Enrique Olivera, acusándolo falsamente de tener cuentas bancarias no declaradas en Suiza.

También Buenos Aires, pero en 2011 fue testigo de otro momento de campaña sucia, esta vez orquestado desde la usina del PRO contra el candidato kirchnerista Daniel Filmus. A través de una pseudo encuesta telefónica a 1,3 millones de porteños se acusaba falsamente al padre de Filmus de enriquecimiento ilícito por sus vínculos con Sergio Schoklender en el desfalco de “sueños compartidos”.

Vale decir entonces que en todas las elecciones conviven armoniosamente la positividad de las propuestas con la negatividad de los contrastes y la suciedad del engaño. Eso ya se hizo natural en todas las campañas.

Lo que nunca hasta ahora había existido era una campaña basada en la suciedad absoluta, con sobreoferta exagerada de contrates y déficit crónico de propuestas.
Esquizofrenia, alcoholismo, drogadicción, corrupción y narcotráfico; mezclados con relaciones sexuales extramatrimoniales, promiscuidad e incesto; Y saboreado con espionaje, fake news y teorías de complots de todo tipo, han convertido a esta campaña electoral 2023 en la más sucia de toda la historia argentina.