Por Laura Olocco. Comunicadora Social 

El mundo laboral, aunque lo parezca, no es genérico y la diferencia entre varones y mujeres persiste, es real. Aunque el problema existe, es invisible. Ni el gobierno, ni los sindicatos hablan de esta situación relativa a las mujeres. Sin visibilizarla resulta imposible desarrollar políticas para revertir esta situación.

Las mujeres participamos menos de la economía (sólo 6 de cada 10 mujeres contra 8 de cada 10 varones). Cuando lo hacemos, somos más vulnerables a los contextos de crisis. Además desarrollamos múltiples roles como cuidadoras, de niños, niñas y personas mayores, y amas de casa.

En este sentido, casi 1 de cada 5 mujeres que trabaja, lo hace como empleada doméstica: 75% de ellas, están todavía en la informalidad. Las mujeres que trabajamos tenemos una peor participación que los varones en el mercado laboral. Sufrimos más la informalidad laboral (35% de las mujeres se desempeñan de manera no registrada) y, en este contexto, eso implica que somos más vulnerables a la falta de ingresos.

Las mujeres que trabajan de forma registrada, también están en peores condiciones (por ejemplo, hay más mujeres en las categorías más bajas de monotributo). Y las MiPyMEs lideradas por mujeres tienen menos espalda (acceso a garantías, por ejemplo) para afrontar contextos como el actual.

Las mujeres suelen pagar los costos de las crisis. Esta no es la excepción. Y quiénes más los pagan son las mujeres que están en la informalidad.

En tiempos de Covid-19, tomar decisiones bajo viejas creencias nos hará retroceder años en materia de brecha de género. Es necesario aprovecharlo como una oportunidad para replantear la situación de las mujeres frente al mundo del trabajo y que el estado genere verdaderas políticas de estado, en donde, coloque a la mujer en igualdad de condiciones en los diferentes ámbitos de la economía.