Por Néstor Formía. Docente de la Modalidad Jóvenes y Adultos.
Simón Rodríguez, el gran educador revolucionario de América y mentor de Simón Bolívar, que creía que había que construir las sociedades basándose en sectores populares.
Apuntes para el debate en la formación Docente.
En el comienzo del ciclo lectivo 2022, quiero retomar las notas dedicadas a los grandes pensadores en educación, en este caso me animo humildemente a abordar este tema después de lecturas retomadas en un tiempo prolongado, para relanzar un debate muy necesario en los docentes de hoy de Rio Cuarto, Córdoba, Argentina y Latinoamérica.
La historia nunca le ha correspondido a Simón Rodríguez con el reconocimiento que merece, el empeño que siempre tuvo por la educación de las clases populares. Influenciado por los filósofos franceses de la Ilustración, promovió la formación de los ciudadanos por medio del saber para que alcanzaran la libertad a través de las revoluciones del conocimiento. Sin embargo, ni la originalidad de sus pensamientos, ni la excentricidad de sus métodos lo ayudaron a ser comprendido ni entendida la trascendencia de lo que proponía.
El maestro de Bolívar apasionado del saber y de la escritura, viajó cuanto pudo por Europa y América para poner en práctica sus revolucionarios e incomprendidos métodos en favor de la educación popular.
Tiene mucha actualidad su pensamiento ya que fue un visionario que trazo líneas en la pedagogía latinoamericana, de los problemas que aún existe en la escuela, el aportó ideas para resolverlo. Muy opuesto a la burocracia, a la tendencia de organización de los nuevos Estados latinoamericanos por partes de las oligarquías locales. Creía firmemente que las nuevas sociedades se construyen a partir de la participación de los pobres, negros y marginados, con ello la idea de la construcción de un sistema educativo que chocaba con los burócratas del liberalismo oligárquico.
Buscaba ser alternativa promoviendo una educación democrática, es decir, un sistema educativo con que tuviera como protagonista al conjunto del pueblo, se oponía de alguna manera a una educación verticalista, al “Normalismo” más duro, y a una idea de docente propietario del saber, es decir, de un sistema educativo que básicamente es meritocrático.
Es el primer educador latinoamericano en vislumbrar un sentido para desterrar lógicas aristocráticas, ya que planteaba la igualdad como construcción colectiva a partir de una afirmación de todos los que componen la realidad del aula tiene que haber algo de pensamiento y también tiene que haber algo de igualdad, sin igualdad no puede haber pensamiento, decía. Después Paulo Freire toma y sigue su lucha en los años 70. Hay dos ejes que se tocan en la obra de estos dos revolucionarios: una es la relación entre educación y política, la formulan y la practican, ellos se jugaron en su tiempo y es por eso que fueron perseguidos; y el otro punto es la educación dialógica que se basa en dialogar y escuchar al otro, construir un vínculo educativo en la diferencia. Paulo Freire lo teoriza y lo escribe. Además, si se investiga a Simón Rodríguez en su obra esto está muy claro.
Reconocen que toda práctica educativa es una práctica política y por lo tanto todo educador debe pensar cuál es la política que debe llevar su práctica educativa al aula. En ese contexto radical, lo educativo debe reconocer las singularidades culturales, geopolíticas, una educación reconociendo las diferencias procura generar espacios de encuentros de construcción democrática entre diferentes ya sea en género, raza, credo o condición social, y eso nos sigue diciendo cosas al presente.
Todo acto educativo tiene asociado en su práctica un acto de amor y de política, tenemos sobradas muestras de nuestra práctica como un acto de amor y de política en nuestra América Latina, nos pagan mal, nos persiguen, las condiciones de trabajo son malas y nosotres ahí firmes en el aula luchando.
Inventamos o erramos fue la frase más contundente escrita en su libro Sociedades Americanas, en referencia a la urgencia que existía de una ruptura con el pasado colonial y el proceso de independencia que hoy sigue vigente y nos pone frente al desafío de transformar la inaceptable desigualdad y pobreza existente en nuestra sociedad, requiere de nuestra parte una práctica colectiva que haga un despliegue de estos principios igualitarios.