En los años sesenta, “el” filósofo del mayo francés, Louis Althusser, introdujo dos conceptos centrales para pensar la política: el concepto de ideología y el de interpelación. Althusser definió a la ideología como la relación imaginaria que todas y todos tenemos con nuestras condiciones reales de vida. Ejemplo: la noción de “clase media”, quizás la noción ideológica más extendida en nuestro país. Todas y todos quieren pertenecer a la clase media; prácticamente nadie quiere ser identificado como un trabajador y menos como un garca.

La mayoría de los adultos que la reman en Argentina quieren que se los considere de clase media: gente que se ganó lo que tiene y lo que es con su esfuerzo y su trabajo. Gente buena, moralmente correcta. Se trata de una categoría ideológica; los sociólogos dirían: aspiracional. Una amplia franja de gente aspira a las comodidades y al reconocimiento propio de la clase media, aunque su realidad efectiva sea muy distante de esa clase ideológica e idealizada. En primer lugar: las condiciones de cualquier mérito son sociales y han sido instituidas políticamente. El supuesto mérito individual descansa en un montón de capitales no individuales: saberes que otras y otros nos han transmitido, conocimientos por los cuáles no pagamos, libros fotocopiados ilegalmente con los que se obtienen títulos universitarios pero cuyos originales, en el mejor de los casos, están en alguna biblioteca de algún profesor que los pagó con su sueldo, etc. Lacan, el otro nombre del psicoanálisis, lo dice así: la expresión riqueza de las naciones quiere decir que hay alguien que no paga.

Por eso hay naciones ricas y otras que no. Alguien hace de amo y el resto, de esclavo. Lo mismo opera en las relaciones sociales.
Althusser señaló dos características más de la ideología: es una instancia estructural de las sociedades modernas y es eterna. Es decir, no hay ni habrá sociedades sin ideología. Vivir en una sociedad moderna es vivir interpelado por alguna o varias ideologías ¿Qué hace una interpelación? Se dirige a nosotros personalmente, como si nos conociera: nos habla sin intermediarios. Se dirige a nosotros como si no hubiera nadie más en el mundo y como si todo dependiera de la decisión que tomamos en relación con esa interpelación.

No hay discurso político que no sea ideológico. Tratemos de analizar los que están en juego en la política argentina hoy. Tratemos de ver desde dónde somos interpelados para votar y para darle nuestro asentimiento al deseo de otro puesto que, el régimen de democracia representativa en que vivimos es eso: reclutamiento de nuestro deseo por el deseo de otro.

La cenicienta de la interpelación ideológica en Argentina, desde el retorno de la democracia es la clase media que, como dijimos es más aspiracional que real en un país que tiene un cincuenta por ciento de su población bajo la línea de pobreza. La derecha, desde la implantación del neoliberalismo a fines del siglo pasado, interpela a las clases medias instigando su diferencia respecto de las clases trabajadoras y desocupadas, busca reclutar a quienes sienten que “no son como esos vagos planeros”. Una variante de esa derecha es la que apela a la idiosincrasia del localismo o del pago chico.

El cordobesismo interpela desde un discurso separatista: Córdoba aporta al PBI un porcentaje que no retorna, hay que defender a Córdoba del gobierno nacional. Es curioso que el gobernador haya hecho de ese discurso el eje de la campaña de su esposa en estas elecciones de medio término, mientras que, cuando gobernaba su amigo Mauricio Macri bailaba cuarteto en la plaza de Tancacha con el entonces presidente. Otra variante por derecha es la autoproclamada libertaria, mezcolanza de neoliberalismo extremo, fascismo y resentimiento individualista con un preocupante ascendiente entre el electorado más joven. Como dice Fabián CasasLo sabía Spinoza: la gente lucha con todo para ser esclava. La derecha sabe eso y por lo mismo siempre venden promesas de felicidad futura y te dicen que si te quedas en el molde, sí se puede ¿Qué es lo que se puede? Que no tengas dónde caerte muerto. Se puede fugar dinero y salir impune, eso no está catalogado como violencia” (1).

El gobierno nacional interpela a la clase media progre y bien pensante que no es fascista, ni racista y que siempre está dispuesta a ponerse la camiseta de las nuevas demandas, desde el feminismo hasta la defensa de los koalas. Lo hace mostrando datos de crecimiento económico y lluvias de inversiones que no resuelven el problema de la inflación y menos aun el del precio de la comida y menos que menos el del desempleo o el de los salarios a la baja. Pero es como dice Frank Zappa: son ellos o los torturadores. La derecha neoliberal en Argentina, en el abanico de sus variantes asume peligrosamente el legado de la dictadura: la identificación del populismo con la suma de todos los males, el cáncer que debe ser extirpado, etc., Lo cuál da lugar a formas de violencia reactiva en algunos discursos y en ocasiones en linchamientos de pobres o asesinatos de pibes morochos.

Ninguna ideología política interpela a los sectores más postergados. Nadie les habla. O, mejor dicho: sólo les hablan los pastores evangélicos que, después, reclutan para el deseo de alguna derecha biblia en mano. El gobierno nacional debería tomar nota de esto y empezar a construir una democracia con un nuevo sujeto político desde abajo. La clase media es histérica: quiere que un amo le diga qué desea para poder negárselo en la cara. Las clases populares quieren lo que quiere toda política que busca algo de justicia social: trabajo, dignidad y alegría de vivir.

  1. Fabián Casas, Papel para envolver verdura. Ensayos, Buenos Aires, 2020, emecé, p 97