Por Ariel Lugo. Dr. en Filosofía y Mg. en Cs. Sociales y Humanas con orientación en Filosofía Social y Política.
Las huellas se suceden, se superponen, se alteran y continúan, no se sabe bien dónde empiezan ni dónde terminan -si es que eso tendría importancia-.
Proliferan por momentos y espacios, se agrupan dando una sensación que allí hay algo, que ahí se debe identificar el núcleo de todo ese infinito grafismo, pero la desilusión lo abraza a uno cuando otras partes donde se posa la atención cargan con la misma intensidad y no se hallan despobladas, los grafos se multiplican aún en esos sitios que en apariencia están vacíos, en los que se deja traslucir un blanco matizado -después de focalizar la mirada- por un velo que lo recubre sutilmente.
Un entramado que no se detiene, que exige que sea uno el que les coloque fin y principio -de nuevo, si eso sería importante- pero la tarea es de uno. Catalina se detiene y pone un grafo final, pero la obra de Chervin no lo hace, los grafismos van más allá de los márgenes del cuadro, se metamorfosean, se exceden a sí mismos y continúan en uno, tendiendo a un por venir. La différance ya está en obra y excede la obra. La iterabilidad no deja de imprimir un plus de goce en ese caos que Chervin con sus obras engendra en cada uno de nosotros. Desafía, interpela e insta a repensar la importancia de la imposibilidad de eliminación de esos espacios “en blanco” para pensar los otros, para pensar y cuestionar los otros. No se puede simplemente eliminar uno en detrimento de otro, ya que se complementan pero sin que cobren sentido en un todo, sino que no se puede prescindir de cada uno, aunque el sin-sentido sea lo que reine.
Uno se encuentra ante esa imposibilidad de hacer valer las preguntas-premisas-valores en los que se educó, ya que es un cuestionamiento -así lo entiendo- a lo propio, a la individualidad, a los márgenes, a los centros, a los agrupamientos y exclusiones, todo eso se suspende, es una obligación la suspensión, la époje, para poder ver la obra, cada obra de Chervin. Catalina deja su marca, se expone, deja huella en lo que hace Chervin, de eso no hay dudas. Chervin no olvida a Catalina. Todo eso se ve y se siente. Pero lo que realmente llama la atención es la exigencia a los otros, a los que están frente a su obra para que se cuestionen los límites, las fronteras y los márgenes, el adentro y el afuera, lo blanco y negro, la mancha y la línea, la litografía y el dibujo, lo uno y lo completamente otro. “Un párergon se ubica contra, al lado y además del ergon, del trabajo del hecho, de la obra, no es ajeno, afecta el interior de la operación. Y coopera con él desde cierto afuera. Ni simplemente afuera, ni simplemente adentro”. Derrida, J., La verité en peinture, Paris, Flammarion, 1978, p. 63.
Intriga, molesta, hace gozar, deconstruye y es deconstruida, lo monstruoso y familiar (unheimlich) están allí. Uno ve, aunque lo fundamental es lo que hace ver la obra. Una visión renovada que no aspira a un horizonte, que se entrega a lo por venir, en eso se aprecia las búsquedas de Catalina Chervin que se muestra curiosa e inquieta con su obra, hasta por momentos incómoda, en continuar con lo que viene haciendo, uno sólo puede agradecer y estar expectante de los nuevos caminos e historias con los que desafiará a todos los que se acerquen a su obra.
Ese “grafismo infinito” – como ella lo nombra- que lleva a que ese marcador estilográfico -Rotring 01- no se detenga ya que su dibujo es su “forma emocionada de pensar”. Algo de todo eso hay en sus dibujos, algo del todo está en la persistencia en el detalle en esas obras de grandes dimensiones, los “puntos blancos” dan dimensión y las fracturaciones de la trama dan una perspectiva nueva dependiendo de donde se mire la obra, siempre se descubre otra obra dentro de la obra. O fuera. Y es que cuando trabaja con resina incorporando trapos, huesos y otros objetos para fundirlos y quebrar todo límite entre el dibujo y la escultura, creando un dibujo esculturado o una escultura dibujada, allí no se puede estar seguro de los márgenes. Derrida viene en nuestra ayuda para hacernos leer el trabajo de Chervin, o mejor, para fundirse en él, donde no podemos apreciar -claramente- un adentro y un afuera del trabajo de Chervin, ni de Derrida, ya que ambos se sitúan en los límites, los trabajan, los extienden, los cuestionan. “Ni afuera ni adentro, se espacia sin dejarse encuadrar pero no se mantienen fuera del cuadro. Trabaja, hace trabajar, deja trabajar el marco, le da trabajo”. Derrida, J., La verité en peinture, ob. cit., p. 16.
Su Rotring 01, sin el cual no puede iniciar un trabajo, su hoja para afeitar -Gillette- (con la que va introduciendo marcas, huellas, hendiduras que rasgan la superficie del papel), sus lápices, polvo de carbón y la hoja.
Son sus herramientas infaltables, pero no develan el camino transitado o el por venir, guardan fielmente el secreto de Catalina. En ese sentido, Derrida sostendrá “[y] al mismo tiempo dejarla, a la cosa, en la cripta sin nombre de su mutismo”. Derrida, J., La verité en peinture, ob. cit., p. 217. Toda su obra permanece en lo inefable, en lo que no se nombra, no hay guías que ella entregue para poder asirse de algo para la “comprensión” de su obra, sólo el sentir, el goce que lleva a momentos de placer y de sufrimiento, algo atrae y deleita, pero desespera; provoca dolor, porque uno quisiera saber, saber, por fin saber qué es, de dónde viene y hacia dónde se dirige, pero nada.
Sólo intriga, Chervin dice “No me gusta poner nombre para no condicionar la mirada” y no lo hace, no entrega ni esa punta del grafo para poder desanudar todo ese grafismo, esa micrografía que no cesa de propagarse. Esos grafos, esos dibujos son su escritura, su manera de comunicarse y comunicarnos. Por ello, la necesidad de no detener su escritura por lo que sostiene -Chervin- que “Si no trabajo no tengo nombre” y sus obras trabajan, nos trabajan y continúan sus trabajos más allá de ella -la obra- y pareciera tener un nombre, o mejor aún, una búsqueda de nombre en ese perpetuo trabajarse a sí misma, en ese ponerse en su obra. “Ponerse: no solo comenzar o emprender un trabajo, ponerse a hacer o entablar algo, dar una prenda, sino también meterse en…”. Derrida, J., La verité en peinture, ob. cit., p. 218. Catalina Chervin se introduce en su mundo y lo expone, invitándonos a que podamos participar de él y al mismo tiempo a cuestionarnos y exponer el nuestro.
Ese mundo al que nos convida Chervin, que es también el de Catalina, se mueve en ese acertijo en el que involucra a todo aquel que contempla su obra y lo deja desahuciado con cuestionamientos, satisfecho y curioso. Ese grafo en el que uno se detiene lo marca a uno, no puede desasirse de él, penetra y deja una huella. La huella es responsabilidad de Chervin, lo que hagamos con ella es lo que corre por cuenta de uno.
Esos grafos hieren y abren a otras heridas como este texto que realizará la apertura a otros, y así infinitamente.