Por Pablo Gustavo Díaz. Consultor en marketing político
Tras la victoria de Lula en las recientes elecciones brasileras se viralizó en las redes sociales un mapa del continente americano casi en su totalidad pintado de rojo, contrastando con otro similar pero pintado de azul del año 2018.
El análisis rápido realizado por muchos periodistas y colegas de la consultoría política los llevó a concluir que, como un clima de época, el continente se encuentra girando ideológicamente hacia la izquierda.
Sin ánimo de invalidar ese análisis ideológico (o racional) de los colegas intentaré aportar en lo escueto de este espacio una visión alternativa (o emocional) a los hechos políticos ocurridos.
La democracia es un experimento constante de eficacia administrativa. Y una de sus características, tal vez la más importante de todas, es la posibilidad de alternancia política en el gobierno.
Desde el origen mismo de la humanidad nuestro sistema de aprendizaje estuvo guiado por el método de prueba y error. La democracia nos da a los ciudadanos la capacidad de aplicar este procedimiento empírico en la elección de los gobiernos.
Así evaluamos su desempeño en forma plebiscitaria entre “continuidad” o “cambio”. Si creemos que hicieron bien su trabajo, cumpliendo con la mayoría de las promesas de campaña y satisfaciendo la mayoría de nuestras expectativas previas, les damos la oportunidad de continuar en el poder. Si no los cambiamos por el opositor mas confiable y seguimos adelante.
Los consultores políticos en general, y especialmente los investigadores en opinión pública, tenemos demostrado científicamente que esa decisión plebiscitaria es mucho más emocional que racional. Más visceral que cerebral. Mas motivada en sentimientos que en pensamientos. De allí que considero sesgada y errónea la conclusión que infiere el giro de américa hacia la izquierda.
En mi opinión los cambios de gobierno no estarían obedeciendo a una deconstrucción ideológica de los ciudadanos sino al fin de la paciencia de estos en la espera de los resultados prometidos.
Una característica distintiva de las actuales generaciones millennials y centenials con sus predecesoras silenciosa, baby boomer o genX, es la gestión de las emociones y los tiempos.
Aquellas crecieron en un mundo que, tras la segunda guerra mundial, se había reorganizado en grandes bloques político-económicos dando estabilidad, por ejemplo laboral y familiar, a sus integrantes. Y donde dicha por dicha organización estable tenían tiempo suficiente para procesar los cambios. Éstas nacieron en un mundo en crisis, convulsionado por el fin de aquella estabilidad. Y no solo política tras la caída del bloque soviético sino también moral, cuestionándose los valores políticos, humanos y familiares precedentes.
Los Millennials y Centenials ocupan poco más la mitad del padrón electoral de la mayoría de los países y la gestión de sus emociones es la causa que motiva los cambios actuales.
Mientras los mayores de 40 años piensan más las cosas y retrasan sus decisiones muchas veces temerosos de sus consecuencias, los más jóvenes actúan sin más vueltas. El caso chileno es un paradigma de esto. Pero también lo puede ser la primavera árabe y las movilizaciones de los indignados españoles de la década pasada; el movimiento feminista o las revueltas juveniles actuales en Irán.
“Si no sirve y no gusta, se cambia”; bien podría ser el slogan que los identifique. Nos guste o no, las actuales generaciones, dominantes ya del padrón electoral, están construyendo a fuerza de prueba y error el mundo del próximo decalustro.