Por Gustavo Román. Director Propietario La Ribera 

Aún cuando el impacto de los comicios de la provincia genera mucho debate y temas de análisis, sus consecuencias no terminan de medirse en el territorio provincial. Es que la ciudadanía cordobesa emitió un mensaje en todas las direcciones posibles, y el mismo fue claro y contundente.

El triunfo de Martin Llaryora fue muy meritorio, entendiendo que el electorado lo premió por su gestión y su impronta como dirigente. Los cordobeses entendieron que elegían a ese dirigente por encima de la figura de Luis Juez. Ganó Llaryora esa compulsa. No el gobierno ni otro dirigente. Fue él el elegido, pero con limitaciones muy claras.

Los cordobeses corrigieron el error de la elección de hace cuatro años atrás, cuando le permitieron al gobernador Juan Schiaretti gobernar con mayoría absoluta. Con un parlamento que no debatía, no polemizó nunca y funcionó con mayoría automática. La ciudadanía corrigió tanto el rumbo, que ahora el mandatario electo deberá consensuar cada proyecto que emane de la Legislatura.

A ese desafío de encontrar los consensos para acordar los proyectos a aprobar en el ámbito parlamentario, le agregaron otro condimento los cordobeses. El Tribunal de Cuentas, que controla los gastos de la gestión, estará en manos de la oposición. Es decir, además, le marcaron el rumbo a la hora de decidir las acciones de gobierno en materia de los manejos presupuestarios.

Algunos observadores, entienden que ese escenario es absolutamente complejo para gobernar. Otros en cambio, lo destacan como una consecuencia lógica luego de la experiencia del segundo gobierno en manos del contador Schiaretti. Es que en este gobierno que se termina en diciembre, el diálogo y los consensos fueron el reclamo constante de todos los sectores de la oposición provincial.

Los acuerdos de cúpula no siempre representan los intereses de los sectores que componen los espacios de la política en la provincia. Por eso, entre pendulaciones y especulaciones, hubo mucha confusión en los momentos de las decisiones centrales de los acuerdos. Y esos intereses solo representaban las necesidades de los máximos dirigentes, no los de las bases que componen las estructuras partidarias y las militan.

Hace mucho tiempo que Juan Schiaretti y su reducido número de colaboradores tienen un divorcio con los intereses de sus bases. En especial, en el interior profundo de la provincia. Eso explica los resultados de la última elección. En realidad, vienen perdiendo todas las elecciones recientes, pero justificando sus resultados. Nunca asumieron ninguna derrota como protagonistas centrales de las mismas. En cada ocasión la culpa fue de los demás. Hasta que la realidad los alcanzó y el disimulo no es posible.

Con la única excepción de lo sucedido en el departamento Roque Sáenz Peña, en todos los territorios los ¿hombres fuertes? del gobierno fueron derrotados. Ellos como candidatos, o condujeron a la derrota con candidatos que no recibieron el apoyo de los ciudadanos pretendido por ellos. El caso emblemático es el del Departamento Rio Cuarto, donde se definieron los nombres desde el Centro Cívico que comanda el diputado nacional Carlos Gutiérrez, y que recibió una verdadera paliza electoral.

Estos dirigentes arrastraron a muchos intendentes y candidatos a legisladores a una derrota que se presumía, se vislumbraba y se preveía. Pero ellos nunca escucharon ninguna voz de alerta, porque en realidad no escuchan a nadie. No hay diálogo, ni debate, ni intercambio de ideas. Hace mucho tiempo que solo gobiernan con encuestas en la mano, alejados de los dirigentes, los militantes y la realidad de los vecinos.

Es por eso, que los ciudadanos con su mensaje fueron tan contundentes. Rechazaron una forma de hacer política que no los contiene, pero apostaron por un hombre al que le dieron una cuota de confianza limitada, pero que despierta expectativas y se muestra como un inteligente gestionador.

Es el fin de un ciclo de una forma de practicar la política en la provincia. De un proceso que se agota en sí mismo y que necesita de un recambio generacional, con nuevas formas y un proceso de diálogo político. Por eso sostenemos que ganó Llaryora. La ciudadanía reconoció su estilo, su impronta y le dio una cuota de crédito a su propuesta.

Y en ese marco, las consecuencias de los errores cometidos, las malas lecturas políticas con peores decisiones en la estrategia de la campaña realizada, dejan mucha tela para cortar en todos los ámbitos políticos. Los oficialistas pero también los de la oposición.

En próximas columnas desglosaremos aspectos vinculados con otros ejes de análisis, donde pondremos principal énfasis en la oportunidad que se permitió un frente electoral que no ganó las elecciones, pero recuperó un espacio de poder que le abre las puertas a un futuro político con muchas expectativas.