Por Stefanía Leivas, Comunicadora Social
Los medios de comunicación nos muestran que el 2024 sigue ajustado económicamente. Y bastante tirante socialmente; hay hambre, necesidades no cubiertas, jubilados invadidos por el miedo y la tristeza, trabajadores que no llegan a fin de mes, inseguridad, hay problemas por todas partes.
A ese contexto macro, tenemos que sumar que fin de año suele ser una época frenética para las familias, las empresas e instituciones. Finalización de ciclo lectivo, cierres y balances contables, reuniones sociales, gastos extra, compras y la lista sigue. Aparecen, repentinos y punzantes, los recuerdos de enero pasado, en que nos habíamos propuesto con firmeza bajar unos kilos, hacer el curso de inglés, cambiar el auto, hacernos aunque sea una escapadita de fin de semana a las sierras, poner en marcha eso que acordamos en terapia con la psicóloga y quien sabe cuántas cosas más. Llegamos hasta acá con menos de la mitad de la lista tachada, decepcionados, con muchos reproches para nosotros mismos, agotados y así y todo debemos celebrar Navidad y año nuevo.
Solemos comprometernos más con lo que se espera que hagamos que con lo que queremos hacer. Nos concentrarnos más en las desilusiones que en los éxitos. Caemos fácilmente en las comparaciones con otros y cuando vemos que alguien supera nuestros logros, que es algo más que normal, nos invade el sentimiento de insuficiencia. El fracaso y la falta de control sobre algunos aspectos de nuestra vida no nos caen para nada bien, pero están ahí, son parte inherente del existir mal que nos pese.
Andamos con una mochila bastante cargada de enero a enero, pero parece que en esta época las presiones sociales y laborales se intensifican y profundizan el estrés a niveles más difíciles de tolerar. A eso le sumamos el mandato de que tenemos que festejar. Y tal vez lo único que festejamos es que el año se termine.
Jorge Garramuño, Médico Psiquiatra dice: “Hay una significación más general de las fiestas, un momento de celebración, de recogimiento, de encuentro, etcétera. Pero después está el sentido que para cada uno tenga y ahí ya empieza a correr la historia individual de cada uno, porque puede haber sido un año malo, con pérdidas y dificultades o puede haber sido un año bueno”.
Tal vez todo se resume en algo tan simple y tan complejo como no estar poniendo la mirada en lo que es realmente importante y elegir desde el mandato y no desde una conexión genuina con lo que deseamos y lo que tenemos realmente a nuestro alcance. Priorizar los vínculos sinceros, no subirnos a la ola del consumismo fuera de nuestro alcance por estar a la altura de una vara que pone el mercado, abrazar con fuerza lo que traemos ganado y proponernos objetivos de auto superación pueden ser la punta del ovillo para un comienzo más sano y fiel a nuestros valores. También es aceptable validar las pérdidas, el sentimiento de no tener por qué celebrar. La mirada sobre las fiestas, como tantas otras cuestiones, deberían tener un significado para cada uno de nosotros desde la validación de nuestra historia y de nuestras emociones aquí y ahora, con menos exigencias y más consciencia sobre la salud mental.