Por Sandra Choroszczucha. Politóloga y Profesora (UBA) www.sandrach.com.ar

Fernando Báez Sosa, un chico de 18 años partió de vacaciones a Villa Gessell con sus amigos y su novia, y como cualquier joven eligió por la noche ir a divertirse al boliche de moda. Trascurría la noche del 18 de enero de 2020. El local bailable empezó a colmarse de gente, y se pudo constatar que, rato después, comenzaron a presenciarse encontronazos entre Fernando y amigos de Fernando con otros jóvenes rugbiers, jóvenes rugbiers con muchas ganas de reñir hasta las últimas consecuencias. Los enfrentamientos entre dicho grupo contra Fernando y algunos de sus amigos continuaron dentro del boliche, y lo que en principio pareció un cuadro agresivo de empujones e insultos, decantó en provocaciones cada vez más violentas, lo cual llevó a que los “patovicas” del boliche echaran a Fernando Báez Sosa, quien fue expulsado del establecimiento junto a sus amigos, y a los entonces diez u once (uno era menor) agresores rugbiers. Ya fuera del boliche, el ataque de este grupo de jóvenes contra Fernando fue brutal, la participación “en manada” resultó lapidaria y así decantó en la muerte cruel e impiadosa de Fernando Báez Sosa.

Mucho se ha leído sobre la crónica de los hechos:

  • Sobre cuestionamientos al rugby, que cuando se lo juega deportivamente no resulta en la muerte, sino en entretenimiento y recreación.
  • Sobre los antecedentes violentos de algunos de los atacantes oriundos de la ciudad de Zárate, que habían lastimado anteriormente a otros jóvenes, pero que posteriormente gozaron de total impunidad.
  • Sobre familias con presuntos horribles valores que educaron espantosamente a sus hijos para que estos disfruten y celebren por chat, y comiendo hamburguesas y sonriendo para una selfie, luego de haber matado a una persona.
  • Sobre un chat en el que uno de los atacantes informaba a los demás, “caducó”, refiriéndose a la muerte de Fernando atacado brutalmente por ellos mismos. Vale recordar que luego del “caducó” es que los agresores asesinos salieron a comer hamburguesas.
  • Sobre una familia mutilada que perdió a su joven hijo porque eligió ir a bailar con sus amigos y su novia a un boliche en Gessell, donde además de encontrarse con un grupo de jóvenes infames, “patovicas” inoperantes que eligieron no poner coto a la situación dentro del establecimiento o no pedir urgente ayuda oficial al no poder controlar la riña que escalaba, eligieron echar a los jóvenes enfrentados, y que la lucha descarnada pueda seguir, sin la mediación de adultos ni autoridades responsables.

Así las cosas, el enfrentamiento que escalaba comenzó en el boliche, pudo proseguir sin límite alguno en las calles, hasta confluir en la muerte, la muerte de Fernando Báez Sosa.

¿Hubo ataques y agresiones anteriormente en boliches o en las salidas de boliches hacia otros jóvenes? Por supuesto que sí, incluso trascendió que algunos de los agresores que asesinaron a Fernando, habían ya atacado a golpes a otros jóvenes en otros locales bailables con anterioridad.

¿Qué es lo que hace entonces que esta muerte, la muerte de Fernando, haya generado un dolor descomunal y una condena social mancomunada de una sociedad que, frente a esta tragedia, hoy rememorando los hechos, se muestre absolutamente conmocionada, esperando que los asesinos de Fernando “se pudran en la cárcel”?

Tal vez la perpetua tolerancia hacia la agresión y la discriminación diarias, a que personas violentas tengan la impunidad de reincidir en la violencia y si no mataron la primera vez puedan matar la segunda o la tercera, a que frente a una riña descarnada, no se pueda más que filmar la crónica de una muerte de un joven molido a golpes, a que los asesinos de Fernando rían y bromeen luego de matarlo, y en definitiva, a que reaccionemos tarde; tuvo que morir un joven un 18 de enero de 2020 en la salida de un boliche en Villa Gessell para que nos indignemos, nos duela el alma y nos espantemos por todas estas cosas que nos molestan y lastiman tanto, y que pasan y vuelven a pasar.

Muchos recordarán que el 30 de diciembre de 2004 murieron 194 personas y 1432 resultaron heridas cuando se incendió el boliche Cromañón. Se sabía que el espacio del boliche no estaba habilitado para reunir la enorme cantidad de personas que ingresó, y se permitió además que numerosos fanáticos de la banda de rock Callejeros entraran con bengalas. Pero, así y todo, “el show debía continuar” hasta que la muerte lo dispusiera, y lo dispuso.

Mueren en promedio 22 personas por día por accidentes de tránsito y no nos inmutamos, hasta que el 8 de octubre de 2006 un micro con estudiantes del colegio Ecos chocó por responsabilidad de un camionero ebrio, el grupo de estudiantes regresaba de una actividad solidaria en la provincia de Chaco. En dicho accidente murieron 9 adolescentes, una docente, el conductor del camión y su acompañante. Los familiares de las víctimas, luego de recibir los peritajes pudieron demostrar que el conductor del micro no estaba capacitado para conducir con profesionalismo y que viajaba además a una velocidad mayor a la permitida. Pero el día que partía el micro desde el Chaco nadie controló quien iba a conducir un vehículo donde viajaba un grupo de estudiantes.

Pasada la tragedia, muchos nos conmovimos, nos enojamos y reclamamos tanto con tanta indignación, que la Comisión Nacional de Regulación del Transporte incluyó cierta legislación para prevenir futuros accidentes, evitables. Pero, una vez más, varias familias quedaron mutiladas.

Nos conmovemos hasta las lágrimas frente a la muerte, somos extremadamente solidarios frente a lo terrible, pero reaccionamos tarde, y hoy Fernando está muerto, por culpa de ocho o diez u once jóvenes violentos, y tal vez porque venimos tolerando que el descontrol, la injusticia y la impunidad nos acompañen a diario sin inmutarnos, hasta que el golpe es letal, desgarrador e irreversible.