Por Flavio E. Buchieri. Dr. en Economía. Profesor, investigador y consultor. Director Ejecutivo de El Club de Negocios.

La economía y la política en Argentina nos tienen acostumbrados a que cada día que pasa no sea igual que el que lo precedió. Hay pocos países en el mundo donde la realidad sea tan vertiginosa y cambiante como la que exhibe el nuestro. Al fin y al cabo, nos “creemos únicos en el mundo” y, por esa misma razón, lo que es usual, común y hasta conservadoramente normal, en el resto del planeta, no es lo que prima por nuestros lares. Porque somos únicos e irrepetibles!!!. La semana que pasó mostró, a las claras, no sólo la puja de poder que se viene registrando entre los principales partidos o coaliciones electorales -que se canaliza en el tan famoso y mentado Consejo de la Magistratura- sino que, por si fuera poco, ya toda la clase política está embarcada en la sucesión presidencial que se deberá dar en el próximo año.

No soy abogado ni experto en temas judiciales pero sí quiero brindar una corta reflexión a la disputa que, como la mayoría de los argentinos, asistimos atónitos en lo concerniente a la conformación, administración y conducción del famoso Consejo de la Magistratura. Producto de la reforma de la Constitución Nacional en 1994, este ente es hoy el centro de las disputas por lo que implica “manejar” el proceso de selección, designación y hasta remoción de los jueces del Poder Judicial a nivel federal. La sensación que se tiene reside particularmente en la “judicialización de la política” que desde todos los espacios, en particular, los más grandes, se viene registrando, por lo menos, desde los años ´90 a esta parte.

Salvo el ex Presidente Raúl Alfonsin (y Néstor Kirchner, por su fallecimiento prematuro), el resto de los ex mandatarios en Argentina han tenido –y algunos todavía tienen- causas judiciales que los atormentan. Nadie sabe bien si son culpables o no por los delitos que presumiblemente se les asigna porque es tan complejo el proceso de administración de justicia que tenemos que permite que las causas se dilaten eternamente por lo que, en muchos casos, terminan siendo desestimadas por instancias superiores por el propio defecto de forma de origen.

Sí está claro que, por los incentivos que brinda la judicialización de la política, todo ex presidente, cuando abandona el poder, debe continuar en carrera ocupando cargos que le brinden inmunidad frente a los embates que sobrevendrán. Y este proceso se retroalimenta ya que, por las dudas, a alguien se le ocurre pretender un nuevo ciclo al frente del país, el escarmiento electoral es plantarle causas que cumplen el principal efecto que se espera: el descrédito social generalizado.

Estoy convencido que esto es lo que mueve a gran parte de los políticos en Argentina. Pero, sin lugar a dudas, que esta práctica –que se ha vuelto recurrente y continua- perjudica a la economía. La suba que esta semana experimentaron todos los tipos de cambio refleja este clima donde la “oportunidad para sorprender a propios y extraños” se ha convertido en la práctica usual para “marcar la cancha”, generando así el impacto mediático y político que, de otro modo, no sería compatible con lo que se persigue.

La economía, mientras tanto, no se ajena a este proceso. Desde el oficialismo y la oposición ya se trabaja de cara al 2023. Y, como los números no ayudan, la oportunidad para que surjan las propuestas más improbables surgen con audaz espontaneidad. Al fin y al cabo, hay tiempo político para esperar. La cuestión es si la sociedad estará dispuesta a pagar los precios de la inacción. Eso ya es harina de otro costal.!!!