Opinión. Por Lic. Eduardo Galimberti.

Hace apenas cinco siglos que William Shakespeare en un soliloquio de su fructífera obra plasmó una frase que, con el tiempo, se fue convirtiendo en una especie de síntesis de los procesos de duda, ser o no ser, esa es la cuestión y hoy, precisamente, cuando la distancia entre nuestra temporalidad e irremediable finitud se ha reducido mental y físicamente, aquellos ocho vocablos pronunciados por Hamlet se ponen de manifiesto, conjuntamente, con el miedo de unos y la capacidad omnipotente de otros, los menos, que ponen el énfasis en una refutación no argumentada anclada tendenciosamente en un lenguaje repetitivo que vocifera abstracciones e ignora contenidos con un solo objetivo: destruir los vínculos sociales que, a velocidad inusitada, se van convirtiendo en la suma de intereses individuales, obturan la consciencia, modifican relaciones, afectos compartidos y radicalizan la angustia.

Sin embargo, a pesar de los relatos del odio y lo inédito del momento, hay algunos indicios empáticos y solidarios que, si bien no autorizan a extraer conclusiones definitivas, permiten ampliar el espacio entre el ser y el no ser, entre temporalidad y finitud, aprender, entender que la vida y la muerte son parte de lo mismo.

Pandemia, virus, cuarentena, señalan el camino de la responsabilidad social e individual. Hoy, más que nunca, el otro, por el otro, debe marcar nuestro accionar cotidiano tratando de hacer una lectura de la realidad que nos involucre, nos comprometa a compartir afectos y miradas inequívocas e indispensables para la deconstrucción-construcción de sujetos que dignifiquen su paso por la vida haciendo que la mayor certeza no sea la incertidumbre.

Debemos volver a emocionarnos y si cabe, a reírnos de nosotros mismos. Para ello, entre muchas más cosas que cada lector quiera y pueda aportar, les dejamos un pensamiento del mismo autor con el que comenzamos esta nota.

“NO HAY NOCHE, POR LARGA QUE SEA, QUE NO ENCUENTRE EL DÍA”.