Por Flavio E. Buchieri. Dr. en Economía. Profesor, investigador y consultor. Director Ejecutivo de El Club de Negocios. www.flaviobuchieri.com
La semana que pasó mostró la aprobación finalmente del acuerdo con el FMI en la Cámara de Senadores (la semana que viene hablaremos, en este espacio, de las medidas que el Presidente Alberto Fernández anunció para atacar a la inflación). Más allá de todos los comentarios y especulaciones al respecto, Cristina Fernández de Kirchner (CFK) se ausentó al momento de la votación, que terminó arrojando un resultado muy favorable de cara a lo que hay que mostrarle al FMI: 56 votos a favor, 13 en contra y 3 abstenciones. Argentina se expone así a que el Board del FMi trate cuanto antes el acuerdo. Se evitó el default pero las dudas sobre el futuro del país persisten.
El comportamiento de CFK llama la atención. Su “ausencia” al momento de la emisión del voto remite a contemplar el impacto que tuvo el famoso “voto no positivo” del también Vice-presidente Julio Cobos cuando CFK iniciaba su primer mandato como Presidente y al momento de votar las retenciones móviles en el año 2008. Cobos emitió el voto. CFK no. Y esto habla a las claras de “cómo cuesta poner la cara” cuando las cosas salen mal. Llegó la hora de corregir los desequilibrios macroeconómicos. Y hablo de “corregir” en lugar de “ajustar” porque el propio Presidente Alberto Fernández se empeña denodadamente en demostrar que el acuerdo con el FMI no implicará “ajustarse el cinturón”. Pura retórica!!!.
No sólo el cierre del capítulo local en relación al acuerdo es importante porque libera al país de tener que lidiar con las consecuencias de un potencial default con el FMI sino que, por primera vez desde que asumió la actual administración, el país tiene, pese a quien le pese, un plan económico. Que a las claras corre con las consecuencias aún no marcadamente visibles de cómo evolucionará la economía mundial tras la actual guerra entre Rusia y Ucrania (que obligará a flexibilizar parte de las metas acordadas) sino que la propia probabilidad de incumplimiento que tiene Argentina (su “pasado la condena”) en la materia nos obligará a tener que ver con cautela, cada tres meses, si el país aprueba o no las revisiones a la que lo someterá el propio FMI. Esto hace que, de por sí, viviremos en ascuas los próximos tres años (en particular, los dos que se suceden a partir de ahora), por lo que todo estará “atado con alambre”, como decía Ignacio Copani.
La situación brevemente delineada no será inmune a lo que el acuerdo, el contexto mundial y el contexto político local implicará sobre el quehacer cotidiano de los argentinos y sus perspectivas económicas. Hace ya más de diez años que el país no crece, en promedio, por lo que los “ciclos de ilusión y desencanto” se suceden más rápido que en el pasado. Mauricio Macri y Alberto Fernández, cada uno en su respectivo turno como administrador del Estado Nacional, implicaron e implican, para el segundo en la actualidad, profundas decepciones. El primero quiere un segundo tiempo; el segundo quiere la reelección. En el medio, la ciudadanía y la falta de lugar del país en el mundo. Dejamos de ser el “granero del mundo” hace rato. Pero ese “pasado de gloria” es cada vez más recurrente de las aspiraciones inconclusas de la mayoría de la población.
La dinámica política interna, sin dudas, afectará al devenir que tras el acuerdo sobrevendrá. El conflicto entre el Presidente y su Vice, claramente expuesto por ambas partes, obliga a mirar de cerca cómo va a evolucionar dicha coexistencia en términos del mantenimiento de la coalición de gobierno. Y esto se tensionará más aún en los próximos meses cuando las medidas concretas para ejecutar el Plan en cuestión deban ser aprobadas, por su naturaleza y área de responsabilidad, en el Congreso de la Nación. El ajuste viene en forma inexorable. Si a lo pautado se le suma el coletazo de la crisis entre Rusia y Ucrania, la magnitud del mismo va a tener que ser flexibilizada por parte del FMI pero también va a tener que ser asumida por el país. El reparto de costos va a ser una necesidad ya explicitada. Lo importante era que el país no entrara en default. No era bueno para Argentina ni para el propio FMI.
El Presidente sabe que una ruptura con su Vice-presidente lo liberaría del karma de tener que consultar cada paso que quiere dar. Pero debilitaría sus chances de mantener la coalición de cara a las elecciones del año que viene. CFK tiene incentivos a la ruptura. Pero su salida del gobierno debilitaría al Presidente y eso podría tener graves consecuencias para la gobernabilidad. Una caída de Alberto Fernández implicaría el fracaso del experimento electoral de CFK. Y esto afectaría sus chances de ocupar una banca como senadora por la Provincia de Buenos Aires si el actual oficialismo es conducido, por el voto popular, del poder el año que viene. Así, están obligados a seguir juntos.
Argentina cerró el pasado jueves un capítulo importante de cara a su estabilidad macro y el control social que se propone –aunque parece inexistente- desde un poder central bifronte donde la necesidad del ajuste obligará a marcar los tiempos políticos y electorales que vienen. Sólo la candidatura de Mauricio Macri podría hoy fortalecer, por la amplia polaridad que genera, los sueños de Alberto Fernández por su re-elección. La oposición no tendrá incentivos para entregarle en bandeja un segundo mandato. Sin embargo, es temprano aún para estas alquimias.
Al momento de cerrar esta columna, el Presidente iba a anunciar su paquete de medidas contra la inflación. Lo trascendido poco esperanza ya que es “más de lo mismo”. Es así la necesidad de mantener la coalición la que brinda pocos márgenes de maniobra al propio Alberto Fernández. Vienen dos años complicados. Si el ajuste se logra, la estabilidad se mantiene. Pero es “día a día”. Le queda a la oposición –y al peronismos no K y no albertista- comenzar a plantear una “hoja de ruta” en serio para ofrecer a la sociedad el año que viene. “Resistiré”, dice la canción que entona Gloria Gaynor. ¿Alcanzará?!!!