El Investigador del Conicet e integrante de la Academia Nacional de Agronomía y veterinaria, Ernesto F. Viglizzo, realizó una presentación en el Pabellón de las Américas de la COP28 relacionada específicamente sobre este tema que es ignorado en prestigiosos centros académicos y científicos.
¿Qué importancia tiene la ganadería bovina en las Américas?
A escala global, más del 30% de la carne bovina se produce en las Américas, y más del 25% de las exportaciones de carne bovina proviene de esta región. Estas cifras ilustran su relevancia en la economía de las Américas.
Pero eso no es todo. Para los humanos que habitan muchas regiones marginales y pobres de América Latina y el Caribe, el bovino no es solamente carne, leche y cueros, sino un factor de supervivencia biológica (una especie de caja de ahorro). En esas regiones, solo los rumiantes pueden convertir los forrajes fibrosos de muy baja calidad, sin valor como alimento humano, en proteínas de alto valor biológico, y en minerales y vitaminas esenciales para la alimentación.
Y además aporta otros recursos como fuerza de tracción, heces y orina. Heces y orina son aprovechadas como fertilizantes, fuentes de energía, material de construcción y otras prestaciones.
Por tanto, son varios y variados los productos que se generan una vez que los forrajes toscos ingresan al sistema digestivo del rumiante y son procesados.
A menudo ese rol especializado del ganado bovino es omitido o ignorado en prestigiosos centros académicos y científicos de países desarrollados.
Más bien se ve al bovino como un villano climático y ambiental.
Algunos informes ampliamente difundidos en las últimas dos décadas atribuyen a la ganadería entre 14,5% y 18%% de las emisiones globales de carbono. Gran parte de ellas debidas a los bovinos.
A su vez, un estudio muy influyente realizado en una prestigiosa universidad europea, demuestra que producir carne bovina tiene un costo en emisiones de carbono mucho más alto que producir cereales, oleaginosas, legumbres, hortalizas, frutas y otros productos vegetales.
Pero profundicemos algo más en el tema. Las emisiones biogénicas propias del ganado bovino son debidas al metano y al óxido nitroso que derivan de sus fermentaciones digestivas.
Sin embargo, por un lado, el metano, que es un potente gas de efecto invernadero, tiene una persistencia en la atmósfera 100 veces menor a la del anhídrido carbónico. Por otro lado, el carbono que integra la molécula de metano no es carbono de origen fósil, sino que es carbono reciclado. O sea, es extraído del aire mediante fotosíntesis de las plantas y consumido por el ganado, que lo devuelve a la atmósfera como metano. Cuando hay reciclado, el balance neto del carbono es cero.
En términos reales, si recurrimos a las estadísticas de la FAO, las emisiones biogénicas de los bovinos en las Américas no superan hoy el 3 % de las emisiones globales, y ese porcentaje desciende persistentemente año tras año desde 1960.
Esa participación declinante se debe a que aumentan las emisiones producidas por la quema de combustibles fósiles.
Sin embargo, la alta emisión atribuida al ganado bovino dispara un activismo agresivo por parte de algunas organizaciones sociales que combaten la producción animal, y que influyen fuertemente sobre la opinión pública y sobre las políticas ambientales y comerciales en países desarrollados y en desarrollo.
Qué medir y cómo medir. El Enfoque y la Métrica que se aplican en ganadería.
Aquí debemos distinguir qué es la Huella de Carbono y qué es el Balance de Carbono.
La Huella de carbono mide las emisiones por tonelada de carne producida. En forma simplista, si vamos de izquierda a derecha, es el resultado de sumar las emisiones de cada eslabón de la cadena de la carne, y que se cargan sucesivamente sobre una tonelada de ese producto hasta que llega a la góndola del supermercado.
La mayor parte (40-60 %) de las emisiones de esa cadena son localizadas, o sea que ocurren dentro del predio rural (la caja de la izquierda). Ese eslabón primario puede ser gestionado por el productor ganadero. El resto de las emisiones provienen de otros eslabones de la cadena, y no pueden ser controladas por el productor ganadero.
Por tanto, solo una parte de las emisiones deben ser atribuidas al productor primario. Y el resto a otros sectores que intervienen en la cadena de la carne.
El Balance de Carbono nos muestra otra cara de la moneda.
Focaliza el análisis únicamente sobre el eslabón primario, o sea el predio rural. Y computa tanto las emisiones como las capturas de carbono por fotosíntesis de las plantas y el almacenamiento de ese carbono en la biomasa y en el suelo.
De acuerdo a la fracción (captura o emisión) que predomine, el Balance puede ser positivo, negativo o neutro. Esto representa una ventaja para los sistemas de producción pastoriles porque permite evaluar la performance individual de cada productor de acuerdo a su capacidad para “cultivar carbono”.
El balance positivo genera un crédito de carbono que puede ser certificado y valorizado comercial y socialmente.
Pero esto no aplica a los sistemas ganaderos intensivos que producen carne en confinamiento y carecen, por tanto, de una plataforma propia de fotosíntesis para capturar carbono.
Si la ganadería bovina es penalizada a través de una métrica que solo computa emisiones, como la Huella de Carbono, es necesario abrir una ventana de oportunidad a los sistemas pastoriles que, además, capturan carbono del aire.
En síntesis, no solo debemos mirar a la cadena de la carne bovina como sistema que emite carbono. También debemos mirar al sistema ganadero integral, al predio ganadero, como una fuente de emisión y también como un sumidero que captura carbono.
Resultados de investigaciones realizadas en Argentina demuestran que es posible diferenciar, mediante métodos relativamente sencillos, a los productores que potencialmente generan “créditos de carbono” de aquellos que no lo hacen.
Sobre una muestra de 40 productores ganaderos evaluados, un tercio mostró ganancia significativa de carbono (barras verdes), un segundo tercio se mostró en condición neutra, y el tercio final mostró un balance claramente negativo (barras rojas). Esto nos permite concluir que es posible discriminar productores que ganan o pierden carbono, que es posible valorizar a los que ganan carbono, y que son parte de la solución del problema.
Para finalizar, poniendo este asunto en un contexto realista …
…se consolida una estrategia global distractiva, orientada a penalizar a la ganadería bovina como uno de los responsables primarios del calentamiento del planeta. Algunas soluciones simplistas que se proponen apuntan a: i) reducir significativamente el consumo de carne (sobre todo la bovina) y reducir de facto el stock de ganado bovino en países productores.
Ninguna de estas soluciones le sirve a las Américas. En ambas se omite considerar el rol económico, ambiental y social que la ganadería bovina tiene en las Américas y en otras regiones del mundo.
Por lo tanto, un aspecto clave es no desviar el foco del problema cargando al productor de carne con emisiones fósiles deslocalizadas que no le pertenecen. No perdamos de vista que el problema del calentamiento global no es responsabilidad de la ganadería pastoril, sino de sectores que consumen combustibles fósiles, que hoy explican más del 70 % de las emisiones globales.
Lo cierto es que la ganadería en las Américas enfrenta el doble desafío estratégico de armonizar seguridad alimentaria y seguridad climática global.
Y ese desafío implica dos cosas: por un lado, capturar carbono, y por el otro, reducir emisiones. Y eso requiere una doble acreditación.
El carbono capturado debería ser acreditado como un commodity comerciable como son la carne, la leche, los granos.
Respecto a la reducción de emisiones, la región debería ser incluida en proyectos que certifiquen “créditos por reducción de emisiones”. Ambos mecanismos, que son de implementación conjunta, se integran fácilmente a la noción de Balance de Carbono. No así a la noción de Huella de Carbono.
Esto no significa impulsar una métrica en desmedro de la otra, sino conferir al Balance de Carbono y a la Huella de Carbono un mismo status conceptual en los foros internacionales.
En las Américas, el balance de carbono se implementa a través de una colección de planteos productivos y tecnologías, varias vigentes desde hace décadas.
Por el lado de la ganancia de carbono, estos incluyen entre otros (i) nuevos sistemas silvo-pastoriles, enmiendas orgánicas, cultivos de cobertura, meteorización de rocas (rock weathering) para capturar carbono atmosférico, incorporación de carbono vegetal (biochar).
Por el lado de la mitigación, es necesario promover el uso de leguminosas forrajeras que reemplacen a los fertilizantes nitrogenados, la siembra directa para minimizar labores que consumen combustibles fósiles, la producción de bio-fertilizantes y biogás a partir de heces y orina, la manufactura de fertilizantes a partir de energías renovables, el uso de la selección genética bovina y de aditivos alimentarios que reducen la emisión de metano en rumiantes, la minimización de pérdidas y desechos de alimentos.
Si bien el frente de avance en la aplicación de estos planteos y tecnologías no es homogéneo en las Américas, está claro que se ha iniciado un proceso prometedor, que es replicable en varios países, y que no tendrá retrocesos si las condiciones globales lo favorecen.
Fuente: Fundación Producir Conservando