Por Prof. Rosa Cattana. Agrupación «Arrugas Más, Arrugas Menos»

La vejez es la etapa de la vida que comienza a los 60 años en Argentina y demás países de la región. Como este número está relacionado con la esperanza de vida, en otros países puede ser diferente. Por ejemplo, para la Unión Europea la vejez comienza a los 65 años.

¿Y cómo debe llamarse a las personas que tienen más de 60 años? Si bien este es un tema en el que pienso explayarme el mes próximo en esta columna que tan generosamente me ofrece La Ribera, quisiera empezar a reflexionar sobre ello: si a quienes están en la edad de la niñez, de la adolescencia, de la juventud les llamamos niños, adolescentes o jóvenes, parece obvio que quienes atravesamos la etapa de la vejez no somos otra cosa que viejos o viejas o mejor dicho viejes. Sin embargo, los términos viejos o viejas se utilizan comúnmente de una manera despectiva o invisibilizante. Y esto porque la vejez es una etapa muy estigmatizada. De todas maneras, mientras luchamos por la desestigmatización de la vejez y como muchos viejos y viejas no se sienten cómodos con esta denominación, propongo que hablemos de “personas mayores”

 La vejez está cargada de prejuicios asociados a la enfermedad, al olvido y a la muerte. En las mujeres la discriminación es doble. “Cuando pasamos la etapa productiva y reproductiva, dejamos de ser visibles para el sistema y la sociedad

El viejismo consiste en pensar que la gente de más de 60 años es inútil, descartable, que no puede trabajar, que no se puede divertir, que no puede tener sexo, que no puede bailar, que no es una persona útil para la sociedad, y que es una carga.

No es mi intención hablar en esta columna de política partidaria, ni de referentes políticos, solo comentar un ejemplo de cosas que veo en las redes sociales. Muchos usuarios de dichas redes, opositores al actual gobierno nacional, suelen referirse a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner como “la vieja”, y si hiciéramos una lectura literal, tienen razón, porque dentro de unos días cumplirá 69 años. Sin embargo, estas mismas personas, nunca le dicen vieja a la ex ministra de seguridad Patricia Bullrich a pesar de que tiene 65 años. Un claro ejemplo de viejismo que usa como insulto el término que nos representa a los que tenemos más de 60 años.

Como dije en la columna anterior, milito en “arrugas más, arrugas menos” que es una agrupación feminista de mujeres mayores (de viejas feministas) y desde ese lugar de lucha es que digo que dejen de estigmatizarnos, los viejos y las viejas sabemos muy bien que la edad no es un límite, que los años no nos impiden soñar, ejercitarnos, amar, disfrutar, tener sexo, desear, trabajar, crear, ser líderes. Ya es hora de cambiar, de dar la batalla cultural.

En la actualidad, a nivel mundial dos personas cumplen 60 años por segundo. Se estima que para el 2050 la cantidad de personas de 60 años y más será de 2.092 millones, es decir el 21,5% de la población mundial total, superando así la cantidad de niños y niñas menores de 15 años.

Fotografía bordada perteneciente a la serie "viejas lindas". Artista: Rosa Cattana

Fotografía bordada perteneciente a la serie «viejas lindas». Artista: Rosa Cattana

Argentina es un país envejecido: el 15,7% de su población tiene 60 o más (7.130.382). Según las proyecciones, la cantidad de personas mayores irá en aumento los próximos años y se espera para el 2040 que la cantidad ascienda a 10.870.882.

Estos números son posibles gracias a las mejoras en la calidad de vida. En nuestro país la esperanza de vida es 76,8 años para ambos sexos, pero la de las mujeres es de 80,3 y la de los varones 73,7. Por eso se habla de “feminización de la vejez”, porque la conformación demográfica es mayoritariamente femenina, tanto en Argentina como en el mundo.

Cuando se habla de feminización de la vejez, no es solo por los datos estadísticos, sino porque las mujeres envejecemos de manera más desfavorable que los hombres, porque el patriarcado nos oprime y violenta hasta el fin de nuestras vidas. Hay mucho para decir sobre esto y lo dejo para una próxima columna.

El Estado y la sociedad en general tendrán que pensar que van a hacer, que lugar nos van a dar a les viejes que cada vez somos más. Tendrán que empezar a normalizar la vejez y a reconocernos como personas diversas, hay infinitas maneras de envejecer. Deberán desterrar ideas como que “todos los viejes son iguales” o “se vuelven como niñes” o “la única función es cuidar nietes”.

Hay muchas viejas y viejos que son reconocidos por el rol que cumplen como dirigentes políticos, sociales, sindicales, también como intelectuales, como artistas. Mencioné anteriormente a Cristina Fernández de Kirchner y a Patricia Bullrich, también podríamos mencionar a otros viejes conocidos, como: Juan Schiaretti, Alberto Fernández, Mauricio Macri, Mario Negri, Aníbal Fernández, Domingo Caballo, Susana Giménez, Nacha Guevara, Víctor Hugo Morales, Adrián Paenza, Jorge Lanata, Estela de Carloto, Hugo Pizzi, Dora Barrancos y podríamos seguir mencionando a muchísimos más. ¿Qué tienen en común todas estas personas? Que están atravesando la edad de la vejez. Algunos nos pueden gustar más o menos, otros no nos gustarán para nada, podemos coincidir con la manera de pensar con algunos y con otros no. Esto demuestra que no es verdad que todos los viejos son iguales ni es verdad que nos volvemos como niños.

Esta diversidad que podemos reconocer en estos viejos y viejas conocidos, sucede con los más de 7 millones de argentinos que estamos viviendo esta etapa de la vida, encasillarnos con algunos adjetivos es erróneo. Ser viejos no nos hace buenos, es importante desterrar la idea de que todos somos como el abuelito de Heidi, claro, tampoco somos la bruja o la madrasta mala de los cuentos infantiles. Eso sí, que las hay las hay. Hay viejas y viejos buenos y malos, hay viejas y viejos solidarios y no solidarios, los hay creativos y menos creativos, los hay mas activos y menos activos, más intelectuales y menos intelectuales. Tampoco estoy de acuerdo con la idea de que la vejez nos hace sabios, porque la vida es un continuo y por lo tanto se envejece de la misma manera que se han vivido etapas anteriores, si alguien fue un estúpido de joven (no tengo en claro si se pueden decir malas palabras en esta columna, pero usted lo entiende) ese joven estúpido pasará a ser un viejo estúpido.

Y podemos seguir mencionando un montón de estereotipos con que nos encasillan a los viejos y viejas y a todos los voy a desmentir. Lo único que necesitamos viejos y viejas es que no se nos deje nunca de considerar “personas con derechos y con dignidad”.

Decía entonces que somos diversos, tenemos diversos intereses, diversas actividades, diversas capacidades, la esperanza de vida aumenta, por lo tanto cuando entramos en la edad de la vejez tenemos 20 o más años para planificar de tal manera que los vivamos en plenitud hasta el final. Y como decía la querida y admirada Susana Dillon “me voy a morir cuando se me den las ganas”. Por eso es tan dañina la idea de que los viejos ya vivimos, de que llegamos al final de nuestras vidas.

Por último, en lo personal, con 65 años y sin intención de romantizar la vejez, siento orgullo de ser vieja, siento orgullo de seguir participando de la vida política, cultural, social y comunitaria de la misma manera que lo he hecho durante mi juventud y mi adultez, aunque con otras actividades. Siento orgullo y alegría por la edad que tengo, porque llegué, porque no hay forma de esquivarle salvo que nos muramos antes, y eso al igual que lo que le sucedía a Susana “no me dan las ganas”.