Por Gustavo Román. Director de La Ribera Multimedio 

En este tiempo de acomodamientos políticos, los procesos de adaptación de los dirigentes son dinámicos y muchas veces inesperados. Pero también de quienes tienen responsabilidades superiores en la construcción de los nuevos tiempos que impone la realidad. Las transiciones generan incertidumbres y lo que hasta un determinado tiempo se mostraban como certezas, ahora generan interrogantes o reposicionamientos impensados.

Sucede en todos los ámbitos de la vida política. Podemos mencionar la actividad gremial, la institucional colegiada, la dirigencia universitaria o la propia política tradicional. Esta realidad genera cambios, que muchas veces interpela a los propios dirigentes en sus propios fueros íntimos, y en otros los golpea sin miramientos y le tuerce el destino. Hay quienes leen los cambios y los asimilan con inteligencia, esos ejemplos no abundan; pero están los otros que se resisten a las transformaciones. Y a esos, la realidad les golpea de lleno en sus propios rostros. Y esos golpes suelen ser letales.

Sucede esto en el ámbito nacional, donde aquellos que se aferran a los métodos y modelos tradicionales, empiezan a ser parte del pasado. Los dirigentes gremiales son un caso típico. Antonio Calo, de la UOM, el referente que sufrió las consecuencias. Y en ese mismo sentido, las estructuras de dirigentes sellados a sus sillones, corren el mismo riesgo de ser vencidos por la dinámica de quienes ya no soportan ningún tipo de sometimiento estructural preestablecido por los aparatos. Los ejemplos abundan en todo el abanico que nos ocupa.

En el plano provincial, cuando analizamos el panorama, nos encontramos con una dirigencia política que ve como se acerca su fecha de vencimiento. En algunos casos, son inexplicables las permanencias en cargos de expectativa electoral o de representación institucional. Mario Negri en el radicalismo y el converso ucedeista Oscar González en Hacemos por Córdoba, son dos ejemplos válidos de lo que sostenemos.

Y también cuando volvemos al título de la columna. Estos últimos dos dirigentes, son la muestra elocuente que sintetiza la capacidad de transfugar en los distintos procesos políticos de la vida política cordobesa. Hace décadas que ocupan cargos, ellos y sus descendencias. Conforman grandes cooperativas de trabajo familiares, que parece que el único camino que conocen de la actividad laboral, es el que ofrece el calor del estado en sus diferentes estamentos.

Estuvieron con todos. En todos los procesos. Sin solución de continuidad. Se auto percibieron irreemplazables y lograron sobrevivir a cada proceso de recambio generacional e institucional. Incluso González ya se subió al tren del proceso político que encabeza Martin Llaryora. Habrá que ver qué sucede con Negri, que fue arrasado en las últimas elecciones internas de Cambiemos en la provincia, donde perdió por más de 30 puntos.

Cuando la dirigencia en todos sus niveles, se ata a la silla de un cargo, deja de representar a los interés de un conjunto para sobrevivir a una realidad que se le transforma en una forma de vida. Y allí radica el problema. En la dependencia de la política como forma de vida, y no como opción de ella.

Está en debate algo mucho más que un recambio generacional en las dirigencias, sino que el verdadero desafío consiste en interpretar que los cargos deben honrarse. Uno debe ocuparlos para producir transformaciones, contagiar nuevas energías y mostrar una dinámica de trabajo que responda a las necesidades de los tiempos que habitamos.

Vamos a encontrar en los próximos meses a viejos conocidos hablando del futuro, cuando en realidad deben rendir cuentas de su pasado. El gran desafío de la comunidad es interpelarlos y proponerles una opción. No aceptar viejos mandatos, sino que hay que revelarse, sin violencia pero con firmeza, con ideas nuevas y con convicciones claras.

Como sucedió en Río Cuarto, donde todo el arco político fue derrotado en los comicios del Sindicato de Empleados Municipales, donde con principios claros y convicciones fuertes, sin aparatos ni estridencias, un puñado de empleados se transformaron en dirigentes que ganaron las elecciones recientes.

Hay que desconfiar del fervor de los conversos, que nunca es genuino.