Por Flavio E. Buchieri
Dr. en Economía. Profesor, investigador y consultor. Director Ejecutivo de «El Club de Negocios».

Escuchamos a menudo -cuando también la invocamos- esa frase o refrán popular que expresa que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, recordándonos que resulta muy difícil -y hasta imposible, algunas veces- convencer a alguien de aquello que, en el fondo, no quiere tener que aceptar.Ante una cierta realidad que es elocuente, estas personas prefieren cerrar los ojos o mirar hacia el costado, porque la misma no es de su particular agrado. Así, negar la misma o callar ante su mera presencia, implora una posición de hipocresía como hasta la más banal inocencia, la cual se torna increíble. Y menos aún, puede pedir respeto por adoptar tal posición.

En los últimos días hemos sido testigo de cómo “todos los caminos conducen al FMI”. Desde la propia entidad, que ya encuentra reunido a su Board para tratar el esbozo del acuerdo que el país firmaría con la misma como hasta el propio gobierno argentino (incluido el Banco Central, entre otros), quien no sólo afina el lápiz del acuerdo sino que aclara cada paso, conferencia, dichos y/ actuaciones en público que ha dado, demostrando que la frágil sociedad que tiene con el Gobierno de los Estados Unidos es duradera y necesaria. No hablamos de amor sino de conveniencia. Así, Argentina está dejando bien en claro cuál es su alineamiento geopolítico y cuáles son las “bengalas para la tribuna” que desde la CELAC o cualquier otra tarima, se difunden para agradar a cierto público que en nuestro país es la izquierda o también llamado “progresismo”.

Está claro que Argentina va a un acuerdo con el FMI que, entre otras cosas, implica un nuevo préstamo para pagar el que Macri contrajo y que, al mismo tiempo, será un acuerdo por poco tiempo. Es que recién en el 2025 se va discutir, con una nuevo gobierno y un nuevo acuerdo cómo se va a pagar la deuda concreta que el país tiene con la entidad, en qué plazos y con qué intereses. Sin embargo, el ajuste para que el acuerdo que estamos considerando se materialice ya comenzó. A pesar de las idas y vueltas, de los dimes y diretes, del apoyo o no del kirchnerismo, lo cierto es que la realidad se impone al relato y, por ende, el gobierno no tiene más remedio de hacer lo que no quiere, esto es, reducir el déficit fiscal cuando estamos a casi un año de iniciar la campaña para elegir un nuevo presidente en Octubre de 2023.

Veamos algunos datos, acerca de lo que está ya pasando en nuestro país, todos síntomas de que el compromiso del gobierno con el FMI ya está siendo ejecutado:

  • El BCRA aumentó la tasa de interés que paga por las LEBACs y, a partir del viernes pasado, obliga a los bancos comerciales a abonar una tasa anualizada del 41.5% por los depósitos a plazo, de modo de mejorar su rentabilidad frente al 37% que venían teniendo.
  • La mayor tasa de interés acompañará el mayor ritmo de devaluación del peso que se viene registrando desde el comienzo del año. Esto augura, por primera vez que, de cumplirse lo que exige el FMI, la devaluación de la moneda local podría ganarle a la inflación proyectada (mayor al 50% para el 2022), al mismo tiempo que explica por qué se ha desinflado la cotización del dólar blue y estabilizado los dólares financieros.
  • Si bien todavía no hay anuncios concretos, frente a la indexación del gasto previsional como de los programas sociales (por razones políticas), es claro que un nuevo ajuste llegará de la mano de las tarifas de servicios públicos, si bien con diferente alance regional aunque es claro que el mayor aumento lo tendrá la Ciudad de Buenos Aires y el AMBA.
  • Los antes expuesto, que implica reducir el déficit fiscal, también está correlacionado con los movimiento de protesta piqueteril que han azotado la Ciudad de Buenos Aires en la semana que pasó. No habrá nuevos planes, como bien dejó el claro el Ministerio de Desarrollo Social. Y eso augura numerosas protestas más.

Todos los elementos expuestos están tras la necesidad de contener la inflación. No podemos aún decir si el gobierno lo conseguirá porque ni tenemos todavía la letra chica del acuerdo, esto es, qué medidas concretas se compromete el gobierno a tomar para cumplir con el mismo, ni si es factible que lo acordado, aun cuando se cumpla, logre su cometido.

Lo último expuesto no es menor. Todos sabemos que reducir la inflación requiere de un proceso de recupero de la confianza que no sólo estabilice a corto plazo la economía sino que brinde sustento a un crecimiento de la actividad económica que licue parte de los desequilibrios existentes. A esto apuesta el gobierno cuando supone que el aumento de la actividad económica va a permitir aumentar la recaudación de impuestos tal que, con el freno que se le está poniendo al aumento del gasto público, se llegaría así a una reducción del déficit fiscal, en línea con lo que se compromete con el FMI. La dinámica expuesta resulta casi una cuestión de fe. Pero es lo que hay y, en principio, todos rezan para que esto suceda así.

¿Es un mal acuerdo hoy preferible a un default con el principal organismo multilateral de crédito hoy vigente? Por supuesto. ¿Alcanza para revertir la inestabilidad corriente? Pone un piso pero es muy endeble como para que recree la confianza e induzca a un proceso de acompañamiento masivo por parte del sector privado. ¿Frena la sangría de dólares? En el corto plazo sí, pero habrá que ver si lo que espera el gobierno (lo expuesto en el párrafo previo) se puede conseguir. ¿Vamos a estar mejor con un acuerdo antes que sin él? Sí, pero tiene patas muy cortas. Podríamos decir que el actual gobierno tiene poco margen por delante para cualquier ingeniería política que revierta su mala imagen y le brinde chances reales en el 2023. Tampoco la oposición tiene el camino fácil.

Menos aún si le toca gobernar a partir de Diciembre del año que viene en el marco de un proceso donde el acuerdo que hoy nos aprestamos a firmar termina mal. Hablamos de expectativas como siempre. Pero eso marca nuestro devenir!!!