Aunque a unos cuantos trasnochados que se hacen los chistosos les resulte anacrónica la diferencia entre derecha e izquierda, aunque a otros les suene a elegía, ese arte del lamento, lo cierto es que sigue siendo la única media brújula de que disponemos para orientarnos en el mundo político, como hace ya medio siglo lo dijera Norberto Bobbio. En el espectro político hay lo que hay y no lo que a cada uno le gustaría. Hay una derecha que defiende privilegios y hay una izquierda que trata de expandir el derecho a tener derechos y hasta ahí nomás.
Ya sé, no me digás, tenés razón…la sociedad viró hacia la derecha. Científicos sociales tan diversos como Boaventura de Souza Santos—Doctor Honoris causa de la UNRC—o la estadounidense Wendy Brown, o la otra estadounidense, Nancy Fraser lo dicen a su manera: fascismo societario o derechización de las sociedades producto del hartazgo del riesgo y la incertidumbre neoliberal. Que el Papa Bergoglio sea lo que está más a la izquierda del discurso político de la época ya debería ser una suficiente causa de alarma: el representante de la cristiandad en retirada es hoy una especie de Lenin para los epígonos vernáculos de la derecha que celebran su ingreso al quirófano.
Después, están los reidores, esa suerte de carcajada enlatada que uno escucha en las comedias gringas y que acá son editorialistas de diarios. Viene bien recordar la vieja lección de Freud sobre el chiste y el inconsciente: cuando siempre te reís de lo mismo chabón, algo te pasa.
El panorama de la derecha argentina se muestra dividido entre quienes apoyaron el golpe a Evo, con balas con estampilla y, antes, celebraron al policía Chocobar, aquellos otros que se refugian en la sacristía de las instituciones—mientras el Poder Judicial mantiene presos políticos y la Corte Suprema manda a los pibes a la escuela en plena pandemia–, los mismos que, dicho sea de paso, no tuvieron tiempo de reírse por la deuda de la campaña electoral más cara de la historia argentina y, está también la derecha Mindfullness que hoy representa el nuevo santo laico, Facundo Manes. Vamos a tratar de desglosarla.
Que la derecha argentina es golpista y anti democrática es algo que sabemos por la historia. Los mismos que votaron la ley Saenz Peña que consagró el acceso al voto de los trabajadores fueron quienes después instituyeron el “fraude patriótico” y, cuando ya no les sirvió el fraude iniciaron la saga de golpes de Estado con el general Félix Uriburu, apoyado por la facción anti yrigoyenista del radicalismo y agitada por el republicano Botana desde las páginas de su diario. Después, esa misma derecha en el 55 derrocó a Perón, fusiló peronistas en José León Suárez—hecho que dio lugar al tremendo relato de Rodolfo Walsh, Operación Masacre, título que parece referirse al futuro y no al pasado—y, la saga continúa, como ya sabemos hasta el genocidio de la última dictadura, pasando por Onganía que no se privó de reprimir hasta las minifaldas. Esa derecha golpista y anti democrática está viva, es una tradición persistente en Argentina que empieza con la primera coalición liberal aristocrática de la generación de 1880, con el diario de Bartolomé Mitre como su tribuna de doctrina que, dicho sea de paso, hoy es una franquicia y uno de sus dueños es Mauricio Macri: portal de La Nación y canal La Nación +.
Hay otra derecha que se refugia en las “instituciones”, palabra que alude a una noción difusa de legalidad y remite a la fetichización del derecho. A esa derecha no le gusta que le digan que el nazismo fue legal, que acá la Corte Suprema declaró como institucionales varios de los golpes de Estado de la derecha golpista y menos que menos les gusta que se les recuerde que el derecho no surge del derecho sino de la fuerza capaz de instituirlo. La fuerza de la ley es, en última instancia, la ley de la fuerza que la instituye como derecho. A los reidores que editorializan habría que recordarles que esa fuerza es la que permitió que un empresario argentino se quedara con el correo argentino en 1997 y que solo pagara un semestre de canon en veinte años y que, además, le iniciara juicio por daños al propio Estado al que le debía y le debe, una bola de mosca. Ese empresario fue presidente y quiso perdonarse la deuda a sí mismo. Cuando me atraso con la patente me llegan las intimaciones y corren los intereses. Esa es la fuerza de la ley.
El Mindfullnes y el pensamiento positivo ya fueron desnudados hace siglos por Voltaire en su Cándido. Antes aun de que existiera bajo ese nombre, claro. En aquellas lejanas épocas, el joven Cándido, como su nombre lo indica, se había tragado la píldora de la teodicea del filósofo alemán G. W. Leibniz que dice, más o menos esto: En la mente de Dios existen infinitos mundos posibles, pero el mejor es éste, porque éste tiene un atributo que los otros no tienen: éste existe. Entonces, Cándido, que naufraga en las costas de Brasil y casi es masticado por los caníbales en Paraguay, que ha perdido la herencia en otras tantas catástrofes, todo el tiempo se la pasa recitando el mantra que dice que, a pesar de todo vive en el mejor de los mundos posibles. Eso es lo que desea la derecha mindfullnes: que seamos capaces de transformar la injusticia en mera resignación fatalista y, además, sonreír. Lo que sucede conviene. Es lo que les propuso Larreta con una pileta pintada en el piso, en pleno enero porteño, a les pibes de las barriadas. Esa es la derecha que dice que hay que vender futuro y salir del miedo y mudarse a la esperanza.
Olvidan una parte importante de la lección de Spinoza que fue el primero en advertir, allá por el siglo XVII, que esas dos pasiones son las pasiones políticas fundamentales: para salir de esa encrucijada es necesario seguir un camino de certezas, algo que la derecha manesfullnes no parece poder ni querer responder: esperanza ¿en qué?.