Por Prof. Rosa Cattana. Agrupación «Arrugas Más, Arrugas Menos»
Un pequeño grupo de mujeres que tenemos más de 60 años nos quedamos conversando en una calle del centro de la ciudad tras haber finalizado la marcha del 8 M de 2020 en Río Cuarto, de la que habíamos participado.
Millones de mujeres se movilizaron en todo el mundo en ese Día de la Mujer para repudiar la violencia y pedir por la igualdad de género. Porque el patriarcado atraviesa todas las fronteras y genera discriminación y violencia sobre niñas, adolescentes y mujeres adultas.
Conversábamos sobre lo esperanzador que resulta que tantas chicas jóvenes hayan asumido que la calle es el lugar para luchar por todos los derechos que les son negados por una cuestión de género. Nos emocionaba pensar, que después de tantos años y tanta lucha, tal vez era la última marcha donde una de las demandas era una ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo.
Decíamos también que en general las mujeres de 60 o 70 o más años que participamos de estos reclamos por motivos de género o en general por ampliación de derechos individuales hemos sido pioneras en la lucha por derechos que no estaban contemplados cuando éramos jóvenes, ley antidiscriminatoria, ley de divorcio, matrimonio igualitario, ley de cupo y muchos derechos más que hemos ido conquistando a lo largo del tiempo. Pero ¿dónde están todas las mujeres con las que compartíamos esas luchas? ¿Por qué no se suman a la ola feminista? ¿Será que ya no tienen fuerza para seguir la lucha? ¿o será que no se sienten identificadas con el discurso y/o con las prácticas del movimiento feminista?
Y concluimos que, si bien la violencia patriarcal discrimina y maltrata a las mujeres durante toda la vida, incluyendo la vejez, la mayoría de los problemas que debemos enfrentar las viejas son diferentes a los de las mujeres jóvenes o adultas jóvenes. Y el movimiento feminista actual, anclado en la tercera ola feminista tiene centrado su interés político en el avance de los derechos sexuales y reproductivos. Demandas que ya no nos resultan propias pero que seguimos apoyando con la ilusión de que las chicas jóvenes puedan contar con derechos que nosotras no tuvimos.
Entonces nos planteamos, si las demandas sociales de nosotras las viejas quedan invisibilizadas en la agenda feminista, ¿qué podemos hacer como mujeres mayores, a quienes el sistema patriarcal-capitalista nos invisibiliza, discrimina y violenta doblemente, esto es por ser mujeres y por ser viejas?
Pues hagamos algo que bien sabemos hacer: organizarnos. Hagamos algo que nos permita visibilizar las realidades que nos atraviesan y luchar por nuestras demandas actuales. Pero, además, por las pibas de hoy que son las viejas del futuro. Es hora de sacar a la vejez del closet y empezar a hablar de derechos, de proyectos, de viajes, de sexo, de placer, de aprendizajes.
Y así fue como después de convocar por las redes sociales, el 11 de marzo de 2020 nos reunimos y organizamos “arrugas más, arrugas menos”, la primera agrupación feminista de mujeres mayores en Río Cuarto. Un día memorable para quienes estuvimos ahí. Nos abrazamos, nos sentimos acompañadas, reflejadas en las demás, generamos un montón de proyectos, de ideas y programamos una próxima reunión para seguir organizándonos y sumando compañeras. Pero dos días después se declaró la pandemia y una
semana después el aislamiento social, preventivo y obligatorio.
Sin embargo, nosotras somos mujeres fuertes, valientes, rebeldes, tercas y no iba a torcer nuestras decisiones y convicciones un virus de morondanga como el SARS-CoV-2. Y como una de las cosas en las que más se insistió desde el comienzo de la pandemia es sobre los cuidados que debemos tener las personas mayores, porque somos personas de riesgo, porque si nos contagiamos somos los que más probabilidad tenemos de morirnos, nosotras nos cuidamos mucho, porque queremos vivir mucho aun, porque tenemos mucho para decir y para hacer.
Y modificamos la agenda y aprendimos a manejarnos en la virtualidad e hicimos muchísimas cosas en estos 22 meses: leímos, estudiamos, nos formamos, hicimos una página de Facebook desde donde difundimos actividades e ideas, tuvimos una columna quincenal en una radio, participamos en el Consejo de Género, en la Multisectorial de Mujeres y Diversidades y en el Observatorio de Derechos Humanos de la UNRC, estuvimos en muchos medios, elaboramos un documento que distribuimos entre los medios de comunicación de la ciudad sugiriendo lenguajes que no discriminen a la vejez, enviamos notas y solicitudes diversas a funcionarios del ejecutivo municipal, a concejales, a diputados, tuvimos reuniones virtuales con diferentes organismos, participamos en algunas pocas actividades presenciales en meses pasados cuando había poca circulación del virus.
Hemos logrado que desde la virtualidad que impuso la pandemia se empiece a reconocer nuestra existencia en la ciudad. Seguramente muchos pensarán: “qué viejas ridículas”, “estas viejas no tienen nada que hacer”, “por qué no se quedan cuidando nietos”, “que limpien la casa, que miren la novela” “por qué no van a un centro de jubilados si los problemas de viejas y viejos son los mismos”.
Y nosotras estamos convencidas de que es importante que existan organizaciones como la nuestra porque hay una feminización de la vejez, porque las viejas somos más que los viejos, porque vivimos más años, pero más deterioradas, porque envejecemos de maneras más desfavorables, más pobres, más solas y más estigmatizadas. Porque en el 80 % de los casos de violencia contra personas mayores las víctimas son mujeres. Porque la cultura patriarcal considera que las mujeres somos mujeres mientras tengamos la menstruación, porque considera el valor de las mujeres como seres estrictamente reproductivos.
Por todo eso y por todo lo que iré comentando mes a mes en esta columna, nuestra agrupación se convirtió en un espacio imprescindible. No es tiempo de pedir permiso, no es tiempo de pedir disculpas, no es tiempo de agradar. Empieza nuestro tramo. Ahora o nunca. Tomemos el tiempo en nuestras manos.
¡Arriba las viejas! Que si algo decae que sean las lolas, pero nunca el ánimo y las ganas de luchar por una sociedad más justa e inclusiva.