En Estados Unidos, la tecnología agrícola es masiva, pero no siempre eficiente. Mientras tanto, en Argentina, con menos recursos, se optimizan procesos, se cuida el ambiente y se logran aplicaciones aéreas más precisas y responsables. Un análisis comparativo que interpela el modelo de consumo frente al de eficiencia.

Durante una recorrida reciente por zonas agrícolas de Estados Unidos, se hizo evidente una paradoja que vale la pena poner sobre la mesa. La infraestructura es de primer nivel, con equipos de altísima gama. Pero cuando uno profundiza en el uso real de esos recursos, aparecen datos que sorprenden: altos volúmenes de agua, poca eficiencia operativa y una desconexión entre capacidad tecnológica e impacto ambiental.

Por ejemplo, en muchas zonas de EE.UU., se realizan aplicaciones aéreas de fungicidas con volúmenes de hasta 100 litros por hectárea, cuando en Argentina la misma mano de obra se resuelve con 10 litros o menos. Esta diferencia no solo afecta la logística: también tiene un impacto ambiental significativo.

Además, el rendimiento por carga de los aviones es bajo. Un avión turbohélice de 1,5 millones de dólares, con una tolva de 2000 litros, realiza apenas 20 hectáreas por vuelo con ese volumen. En cambio, el mismo avión, correctamente calibrado y con un enfoque eficiente como el argentino, puede cubrir hasta 300 hectáreas por carga.

Incluso con aviones más antiguos algunos con más de 60 años operativos se logran resultados eficientes. Por menos de 100.000 dólares, una aeronave puede cubrir 40 hectáreas por vuelo. Es decir, la eficiencia no siempre depende del capital invertido, sino del conocimiento, la capacitación y la cultura operativa.

En Argentina no sobra nada. Eso obliga a pensar cada paso, cada litro, cada aplicación. Y de ese desafío surge una virtud: la eficiencia como modelo de trabajo, y no como un objetivo esporádico. Esto tiene consecuencias directas en el cuidado del medio ambiente. Menos agua, menos vuelos, menos combustibles, menor exposición de productos. Y todo esto sin perder efectividad.

Hoy más que nunca, cuando el mundo discute sustentabilidad y uso responsable de agroquímicos, Argentina aporta un modelo concreto: se puede producir con tecnología, sin caer en el derroche.

Lo que vi en Estados Unidos fue impresionante, sí. Pero también fue una confirmación de que la eficiencia no se compra, se construye. Que tener los equipos más caros no es garantía de ser más sustentables, y que los que trabajamos cada hectárea con responsabilidad y conocimiento estamos haciendo un aporte valioso. Porque no se trata de aplicar más, sino de aplicar mejor.

Por Juan Molina, Secretario de la Federación Argentina de Cámaras (FeArCA)