Por Guillermo Ricca. Dr. en Filosofía
Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del individualismo absoluto. Lejos quedaron los tiempos en que el espectro del proletariado unido del mundo acechaba los privilegios de las oligarquías. Tengo para mí que la única razón para no vacunarse es que las campañas de vacunación vengan de los Estados. No hay razones de precaución científica; de hecho, científicos de alto prestigio del mundo entero señalaron a las vacunas contra el covid como un hito de la ciencia de los últimos dos años, entre ellos el director de la famosísima revista Science.
Los argumentos acerca del “no saber” que hay en las vacunas son, paradójicamente, una forma de escepticismo anticientífico investido de preocupación ilustrada. Los mismos que dicen no vacunarse porque necesitan saber que hay en la vacuna, son los que se comen un paquete de conitos sin fijarse en la información nutricional que, dicho sea de paso, suele ocultar la presencia de componentes causantes de las pandemias silenciosas de diabetes tipo dos o de hipertensión arterial por exceso de sodio.
Tampoco saben, estos neo ilustrados que, como clones de Kant, quieren saber por ellos mismos, qué hay en un antibiótico o en un jarabe para la tos, pero no dudan en administrarlo a sus hijes si detectan síntomas de alguna enfermedad. Por lo tanto, no son argumentos de tipo epistemológico los que previenen contra las vacunas a estas almas bellas en medio de la mayor pandemia desde la gripe española del siglo pasado. Se trata, efectivamente, de una forma irracional de individualismo absoluto.
Alguien o, mejor sería decir, nadie sino una serie de dispositivos de discurso y de propaganda muy potentes y con capacidad de causar efectos en los comportamientos y en las creencias de amplias mayorías ha convencido a una masa de personas de que son, antes que cualquier otra cosa, individuos aislados con derechos absolutos sobre su individualidad aislada. Marx, en el viejo prólogo de los Grundrisse ya había calificado a esa creencia como una robinsonada dieciochesca.
El empuje neoliberal no descansa, opera a jornada completa sobre vastas regiones de la sensibilidad, las ideas y las creencias; puede reinstalar una idea que sí es pseudocientífica por dónde se la mire: la que dice que somos individuos aislados con derechos absolutos sobre nuestra individualidad. Esta pseudo ontología contradice toda la experiencia filogenética del ser humano. Nadie tiene en sí el sustento de su existencia; efectivamente, nuestro ser, nuestra sustancia, no está en cada uno, está siempre fuera, está siempre en otres.
Nadie llega a ser individuo sin el concurso de una infinidad de fuerzas comunes, no apropiables; desde nuestro propio cuerpo gestado amorosamente en otro cuerpo hasta la lengua que nuestras madres nos transmitieron como primer amor. La lengua es social por donde se la mire. No hay lenguaje privado; como supo decir Wittgenstein: nadie sigue solo una regla; las gramáticas son siempre comunes, sociales. La lengua es comunista. La idea de que cualquier obligación común es fascista es, en sí, una idea fascista, propia de un fascismo societario, como le llama Boaventura de Souza Santos.
La lengua con la que está escrita esta columna y que permite leerla es común, y su comunismo nos impone restricciones, ciertamente: si quiero hacerme entender, debo seguir las reglas de la gramática de la lengua castellana. Negarse a colaborar en la lucha contra la pandemia de covid—esto es: no vacunarse—como apología de la libertad individual es, en realidad, una forma bastante estúpida de misantropía, de odio a la humanidad.
Más aun en un mundo donde no hay precisamente un reparto equitativo de vacunas, sino poblaciones enteras libradas a su suerte (muerte), como dictamina la biopolítica neoliberal. Pero, habría que advertir también que con el mismo criterio habría que rechazar todo el calendario de vacunas, más aún porque son obligatorias. Bueno, no es necesario recordar que el gobierno de Mauricio Macri dejó vencer un lote de millones de vacunas contra diferentes enfermedades, desde vacunas antigripales hasta triple bacterianas o Sabin oral. El neoliberalismo siempre está dispuesto a sospechar de cualquier entidad que se presente como un derecho común y a hacer del Estado el primer enemigo, especialmente cuando debe ser el garante de los derechos comunes, como el derecho a la salud, por caso.