Por Karla Valverde Viesca. Politóloga. Profesora del Centro de Estudios Políticos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Miembro de la Red Politólogas Latinoamérica
En las últimas dos semanas tuvo lugar la 26ª Conferencia de las Partes de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) en Glasgow, Reino Unido. Si bien su principal objetivo fue lograr resoluciones para evitar la catástrofe climática en el planeta que ya hoy afecta a los 7.8 billones de personas que lo habitamos, el problema de la desigualdad se develó como un asunto transversal que debemos enfrentar.
Desde el año pasado, el Informe del Banco Interamericano de Desarrollo sobre la crisis de la desigualdad reveló que los efectos del cambio climático afectan más a los países, las regiones y las personas que viven en pobreza, ya que no solo están más expuestos a ellos, sino que carecen de recursos para hacerles frente. Algunas estimaciones consideran que como resultado de la pandemia por el virus SAR-Cov-2, la cifra total de pobreza en el mundo aumentara para finalizar este año con un total de 150 millones de personas que viven con menos de 1,90 dólares al día. Entre 2002 y 2018, la desigualdad disminuyó un promedio anual de 0,4 puntos en el coeficiente de Gini y la pobreza se contrajo en una media del 42,3% en 2002 al 23,1% en 2018.
A dos años de la pandemia, en nuestros países el 10% más rico de la población capta 22 veces más de la renta nacional que el 10% más pobre. También, el 1% de las personas con más riqueza concentra el 21% de los ingresos de toda la economía. Esto es, el doble de la media del mundo industrializado.
Más allá de la disparidad en los ingresos, hay otras desigualdades horizontales que derivan del sexo, el género, la etnia y la raza. Muestra de ello es que en términos de ingreso las mujeres, en promedio, ganamos 13% menos que los hombres.
Es visible que si las cifras antes de la pandemia habían mejorado un poco para la región, ahora vuelven a ser preocupantes y nos recuerdan que muchos de los problemas que enfrentamos tienen como telón de fondo a la desigualdad. El cambio climático no es la excepción. A pesar de que las emisiones de carbono disminuyeron durante el confinamiento, el nuevo Informe Groundswell presentado en el pasado mes de septiembre por el Banco Mundial considera que en los próximos treinta años la migración interna provocada por impactos climáticos se acelerará en todas las regiones del mundo y sus efectos, impactarán en mayor medida a las personas más pobres y vulnerables. Ello, pondrá en peligro los logros en materia de desarrollo y las metas de los ODS.
Los datos del Informe señalan que alrededor de 216 millones de personas podrían verse obligados a desplazarse dentro de su país por motivos climáticos en el año 2050. Se calcula que la región con más desalojados internos sería el África subsahariana, con 85.7 millones de personas, seguida por Asia oriental y el Pacífico, con 48.4. En el caso del sur de Asia, las estimaciones consideran 40.5 millones, mientras que las cifras para el norte de África, América Latina, Europa del Este y Asia Central, son las menores con 19.3, 17.1 y 5.1 millones, respectivamente.
En términos generales se estima que el aumento de la temperatura para la región latinoamericana será de entre uno y cuatro grados. Además, en todos los países, la temperatura está correlacionada negativamente con el PIB per cápita, de modo que los países más pobres están más expuestos a las altas temperaturas. A excepción de Chile, se prevé que en la región ocurra un decrecimiento económico como consecuencia de las altas temperaturas.
Desigualdad y cambio climático van de la mano. La presentación de David Attemborough en la COP26 nos hace recapacitar que es responsabilidad de todas y todos abonar para su resolución. Vivimos en sociedades “rotas” por la desigualdad y cuyos efectos invaden todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. ¿Qué harás tú?